Ante la amenazante situación de ruina que se cierne sobre la Torre de Melgarejo publicamos una serie de datos sacados de la selva documental de los protocolos notariales de nuestra ciudad que vienen a aclarar los orígenes históricos de este particular ejemplo de nuestro Patrimonio Histórico-Artístico.
Este artículo se publicó en Diario de Jerez (31/8/2018):
La torre del Melgarejo. |
Es difícil no sustraerse al poder
de evocación de los castillos medievales. Restos de una época marcada y
deformada por el relato épico, por cuentos y leyendas no siempre inocentes,
donde manda la imaginación, señoreando los huecos que el correr de los años, inmisericorde,
va dejando en la memoria colectiva.
Aparte de sus sillares, ladrillos
y sus muros de tapiales, propios de unas construcciones militares que proliferan
a lo largo del siglo XIV por las tierras del sur del reino de Sevilla para el
control de sus inestables fronteras con los reinos musulmanes, la historia de
la Torre de Melgarejo se ha construido sobre novelescas leyendas, pasatiempo y
deleite para románticos viajeros decimonónicos. Sin embargo, los documentos narran
una historia que si bien, en algunos casos, es menos colorista, tiene la
belleza de la verdad desvelada tras siglos de tinieblas. Y la Torre de
Melgarejo, alarmantemente amenazada hoy por la ruina, los tiene.
Con la pretensión de que “en todo tiempo se
entienda la antigüedad de nuestra buena sangre”, el jurado Juan Melgarejo de
Estupiñán protocolizaba, en 1606, la documentación perteneciente a su mayorazgo
(Archivo de Protocolos Notariales de Jerez, escribano Pedro de Herrera, oficio
15, año 1606, ff. 680-694). El registro notarial daría fe y sería salvaguarda
de las “escripturas tan antiguas” con las que se sostenía el ser del linaje de
Melgarejo dentro del entramado social y político jerezano. En este mayorazgo, la
torre fue el elemento principal.
Curiosamente, fue una mujer, Catalina
Martínez (de Cuenca), por su testamento fechado en 13 de diciembre de 1391,
quien haga la vinculación de esta torre en su hijo primogénito, Diego Díaz.
Además de otras interesantes mandas que no podemos desarrollar aquí, pero que revelan
una relevante posición económica y social, la mujer de Suar Fernández Lozano, aunque
era vecina de San Salvador, pedía ser enterrada en la iglesia de San Lucas, en
la capilla donde estaba sepultado su progenitor, Domingo Martínez de Cuenca.
Doña Catalina pertenecía a uno de
los linajes de mayor relieve del Jerez medieval. Y tanto era así que realizaba
la siguiente manda: “Otrosy por cuanto de muncho tiempo atrás de esto hera y es
oy día my boluntad que la torre que es al salado con la guerta que está ally
cerca con las tierras heredades que con ellos se siguen asy tierra de labor
como de pastos y dehesas y aguas manantes y corrientes y estanques según que
las yo hasta agora poseya e poseo de lo dexar por mayorazgo a el dicho Diego
Díaz my hijo mayor lygitymo”. Después de su citado hijo primogénito, el
mayorazgo con sus bienes vinculados (la torre con sus tierras) pasaría al hijo
de éste, Pedro.
Tenemos aquí unos datos muy
jugosos. Primero, que la torre ya existía como tal en 1391, formando parte de
la propiedad de Catalina Martínez, siendo posiblemente herencia de su familia,
los Martínez de Cuenca, quienes las poseían quizá como concesión real por su
participación en la conquista a los musulmanes del territorio jerezano.
Segundo, que la torre era epicentro de un amplio territorio circundante con el
arroyo Salado que era dedicado a labores agropecuarias, sostén de la economía
familiar.
Pero no queremos terminar con el
testamento de Catalina Martínez sin una información que da pie a que nosotros
hagamos también castillos –o torres– en el aire. Se trata de una cláusula por
la que mandaba 20 doblas de oro moriscas para sacar del cautiverio “en tierra
de moros” al albañil Juan Mateos y a sus hijos, con la única condición de que
estos no se hubieran “tornados moros”. ¿Trabajarían Mateos y sus hijos en la
construcción de la torre? Quién sabe.
Pasamos ahora al testamento del
nieto de Catalina Martínez, el jurado Pedro Díaz Melgarejo. Sin descendientes
directos, testaba en 1466. Lo que interesa señalar aquí es que mandará a su
sobrino Alfonso de Melgarejo, hijo de su hermano Juan Melgarejo, las “dos
tercias partes que yo he e tengo de la torre que se dizen la torre de Diego
Díaz que es al Salado de Cuenca termino desta ciudad”. La condición era que
esta donación estuviera vinculada a la familia y no se pudiera vender o
enajenar en ningún modo.
De aquí se extrae otro dato
relevante. La que conocemos como torre de Melgarejo fue conocida a fines del XV
como Torre de Diego Díaz, un topónimo que aparece en los documentos de la época
y cuya localización era, hasta ahora, imprecisa. También hay
que señalar que el apelativo de “Cuenca” que se le da al arroyo Salado
provenga, como hemos sugerido más arriba, del hecho de que en origen todas esas
tierras, junto con la torre, pertenecieran a dicho linaje. En efecto, en la partición que Alonso
Melgarejo “el viejo” hace en 1517 de sus bienes, sabemos que el mayorazgo de
este fue Pedro Díaz Melgarejo, quien se quedaría con los dos tercios de las
tierras y dehesas en las que estaría la torre “al Salado que dizen de Cuenca”,
el tercio restante lo heredaron sus hermanos.
Juan Melgarejo de Estupiñán logró
conservar la memoria de su familia. Ahora somos nosotros los que tenemos la
responsabilidad de evitar que se caiga ese trozo de nuestra Historia bajo la implacable
mano del Tiempo.
Enlaces de interés acerca de la Torre de Melgarejo y de su entorno: