viernes, 13 de mayo de 2016

SOBRE EL ORIGEN DE LA SÁBANA SANTA DE LA MERCED



Este artículo los publicamos con motivo de la Cuaresma en Diario de Jerez (19/02/2016). En el se demuestra una vez más la necesidad de acudir a las fuentes primarias (en este caso el documento) antes de construir "castillos (historigráficos) en el aire", cosa que suele suceder cuando nos guiamos únicamente por lo que han dicho otros historiadores y no contrastamos sus afirmaciones. Todos nos podemos equivocar cuando razonamos, escribimos, tomamos notas, etc..., por eso es imprescindible no aceptar ciegamente lo ya escrito como un dogma intocable. Todo es susceptible de revisión, incluso nuestros propios escritos. 

Gracias a la labor de estudio y puesta en valor de historiadores como Jesús Caballero Ragel, Francisco Antonio García Romero o, el recientemente fallecido, Alberto Cuadrado Román, la Sábana Santa del convento de La Merced, una de las 25 copias que de esta reliquia existen en España, ha salido en los últimos años de un largo periodo de postración y olvido.




Sin embargo, los pormenores de la llegada a nuestra ciudad continuaban en el terreno de las hipótesis. Se ha supuesto que la Sábana Santa se encontraba entre las reliquias que, procedentes de Roma, se depositaron en el convento mercedario en 1572. Bajo esta premisa, sustentada en la bibliografía referida al cenobio mercedario jerezano (Chamorro, Comino o Fariñas), se ha afirmado que la Sábana fue llevada nuevamente a Italia a fines del siglo XVII para ser tocada con la original. Esta última conjetura parte de la escritura pública de donación de la Sábana que realiza fray Ángel Alberto a favor del convento mercedario en 1686. Pese a que la referencia documental de esta donación es ofrecida por la citada historiografía sobre el convento de La Merced, el análisis directo de esta fuente no ha sido tomado en consideración a la hora de desenmarañar las incógnitas de la síndone jerezana.
En el documento, perteneciente al Archivo de Protocolos Notariales de Jerez (oficio 7, año 1686, 15 de diciembre, ff. 277-279v.), se lee lo siguiente:

 “Sepan como yo fray Ángel Alberto religioso presbítero de la horden de nuestra señora de la Merced […] otorgo y conozco a favor del dicho mi convento y del muy reverendo padre fray Joseph Montero comendador de el y de los demás religiosos del dicho convento y digo que por quanto yo tengo una Sávana Sancta tocada con la original en que fue envuelto el santísimo cuerpo de nuestro señor Jesucristo quando por Joseph fue vaxado de la cruz, cuyo original en donde así se toco para oy en poder de su excelencia el Señor Duque de Saboya en la ciudad de Turín que es del dicho señor duque para que el dicho convento la aya en propiedad y pozession y use della como cossa propia teniéndola con toda veneración y decencia colocando la dicha reliquia en el altar de San Pedro Nolasco colateral de la capilla mayor haciéndole un retablo y en él un nicho en forma de sagrario donde esté la dicha reliquia con toda custodia […]”.

Este extracto del documento de donación diluye toda especulación en torno al origen de esta reliquia. Queda asentado, de este modo, que la Sábana era propiedad de fray Ángel Alberto y que fue él quien la dona a su convento en 1686, bajo una serie de condiciones, ya recogidas en los citados estudios. Unas condiciones que sólo un donante, como era fray Ángel Alberto, tendría la facultad legal para poder señalar.


sábado, 16 de abril de 2016

CERVANTES EN LAS BIBLIOTECAS JEREZANAS DEL SIGLO XVIII



Como contribución a los 400 años de la muerte de Cervantes presentamos este breve estudio publicado en Diario de Jerez (15/04/2016). En el hacemos un breve recorrido por las bibliotecas jerezanas del siglo XVIII en busca de la presencia las obras cervantinas.



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Se ha escrito que el XVIII fue el siglo en el que España redescubre la que desde entonces es la obra más universal de su literatura. Su ingenioso autor saldrá entonces de los estantes y será aupado a la cumbre del Parnaso español. Y si a lo largo del siglo XVII sólo hubo seis ediciones del Quijote, en este se sumaron treinta y tres.
Este fue un redescubrimiento promovido por la intelectualidad. Pero, ¿cuál había sido la recepción de las obras cervantinas entre los lectores jerezanos del Setecientos?  Hay que partir de un dato clave: que a mediados de ese siglo sólo el 35% de la población masculina jerezana y un 10% en el caso de la femenina sabía leer, y esto gracias a los avances que en la escolarización se habían gestado en nuestra ciudad por aquellos años (véase nuestro estudio sobre la Educación en el Jerez del XVIII). No obstante, el no saber leer no era a priori un obstáculo para acceder a la cultura escrita, al menos a parte de ella, sobre todo la a literatura de entretenimiento, pues la lectura oral colectiva fue una práctica muy extendida.
Pero, cabría preguntarse: ¿cuántos y quiénes fueron los que poseían libros entonces?  Teniendo en cuenta las limitaciones de las fuentes documentales, se puede afirmar que sólo el 5,6 % de la población jerezana de la segunda mitad del XVIII había reunido una cantidad de libros susceptible de ser incluida en los inventarios de bienes, que por muerte u otra circunstancia eran protocolizados ante notario. Esta población poseedora de libros ostentaba un status económico medio-alto. Sin embargo, la riqueza no siempre equivalía a la posesión de bibliotecas. 
Con estas consideraciones previas, busquemos, tomando como base los casos que hemos estudiado en la monografía sobre la biblioteca de Manuel del Calvario Ponce de León y Zurita, la presencia de la obra de Miguel de Cervantes en las bibliotecas particulares del Jerez de esa época.
Comencemos apuntando que la literatura no fue la lectura que más espacio ocupó en los estantes de aquel siglo. Esto, evidentemente, acota y acorta la búsqueda. Así, por ejemplo, entre los 47 títulos que formaban la biblioteca del veterinario Pascual Martínez no encontramos un solo libro de este contenido. Ni tampoco entre los 78 reunidos por la propietaria agrícola Sebastiana Lizano. El arquitecto Domingo Mendoviña, por su parte, declaraba en su testamento que poseía “algunos libros e instrumentos de su ejercicio de arquitectura, todo de corto valor”. El abogado Matías Franco sólo poseía a su fallecimiento 10 títulos (22 tomos en total). De literatura sólo conservó cinco tomos con la obra de Quevedo y la novela satírica “El Siglo Pitagórico”. 

En efecto, la literatura del Siglo de Oro continuaba siendo leída con interés. Por ejemplo, por el aristocrático matrimonio de Joaquín Ponce de León e Hipólita Trujillo. En su centenario palacio de la calle San Blas - hoy vergonzosamente en ruinas - contaban con 114 títulos. La Historia y la Religión tomaban la mayor parte de los anaqueles, lo habitual en las bibliotecas barrocas no profesionales. En siguiente lugar, la Literatura. Aquí de nuevo nos saluda Quevedo, sus anteojos y una selección de doctos autores latinos, como Ovidio y Virgilio. En cambio, el cosmopolita marqués de Montana, poseedor de una ostentosa librería en la que guardaba 97 títulos, había fijado sus intereses literarios en la producción gala contemporánea, principal foco cultural de la Europa del momento. De producción nacional sólo hallamos a Calderón, y ello pese a que, después de la Historia, la Literatura había sido el segundo de sus intereses lectores. 
Más variedad en cuanto a obras literarias encontramos en la biblioteca de la aristócrata y potentada Jerónima Juana Caballero Ortiz de Zúñiga. Haciendo escrutinio de sus 42 registros, dedicados la mayoría a la Historia y a las Vidas de santos, topamos con algunas obras literarias, como la del polifacético Torres Villarroel y con autores del siglo anterior que continúan insistentemente presentes, como Zabaleta o Baltasar Gracián. Doña Jerónima también solazó sus días con la “Novelas sin las vocales” y con la poesía  de sor Juana Inés de la Cruz. Y Cervantes sigue sin asomar. 
Aventuremos nuestros pasos, ahora, en busca de próspera fortuna, hacia las bibliotecas más nutridas de ese Jerez de tintas oxidadas. En la Carpintería Alta, en el número 17, erigió su barroca morada - hoy vilmente abandonada a la especulación - el retablista Matías José Navarro. En sus numerosos y prolongados ratos de ocio, vigilando de reojo el sudoroso laborar de sus hermanos, Matías pudo leer - ¡por fin! - los dos tomos del Quijote, pero también a los omnipresentes Quevedo, Gracián, Mateo Alemán, Vélez de Guevara y a otros muchos. ¿A qué manos irían a parar tras su muerte sus 339 libros? Quién sabe si alguno de ellos, tras la almoneda de sus bienes, cruzó la puerta del palacio renacentista de su vecino, el regidor Manuel Ponce de León. Como aristócrata ilustrado, Ponce de León defendió el mérito de los escritores españoles frente a las sañosas críticas vertidas desde el otro lado de los Pirineos. Un movimiento cultural que, como dijimos, sacará del cautiverio del olvido a ese escritor tan laureado, curiosamente, por franceses e ingleses. Así, reunió una biblioteca que fue una de las seis “más copiosas y selectas” del Jerez de entonces. En 1796 alcanzaba los 910 títulos de variadas materias. De ellos, 144 eran obras literarias. De Cervantes, Ponce de León adquirió “La Galatea”, “Don Quijote”, “El amante liberal” y un tomo con sus obras dramáticas. 
A parte de la famosísima de Villapanés, existieron más bibliotecas de cierta entidad, pero su contenido quedó silenciado en los documentos. Con todo, los casos expuestos apuntan hacía una conclusión: que las obras de Cervantes no fueron una lectura prioritaria; otras atrajeron más que las hazañas de Don Quijote o las ocurrencias de Tomás Rodaja, tal es el caso de “Las aventuras de Telémaco” del francés Fénelon, un auténtico best seller que no excusaba su presencia en casi ninguna biblioteca. En esto, Jerez no fue un caso aislado. Más que un abuso lector que acabó físicamente con el ejemplar, como especuló T. Dadson, quizás haya que aceptar que otros autores tuvieran una mayor aceptación popular y que también, como sucede hoy, los fulgores de las novedades fueran los que guiaran el gusto - bueno o malo - de los lectores.   

domingo, 6 de marzo de 2016

MÚSICOS MUNICIPALES EN JEREZ DE LA FRONTERA EN LA EDAD MODERNA

Sacabuches, tiples, cornetas, bajones, flautas, trompetas, tambores, pífaros, chirimías, ministriles..., es decir, músicos. Todos ellos jugaron un papel fundamental en el ceremonial público y en la construcción de la imagen del Poder en la España de la Edad Moderna. En Jerez, también.

Como un breve anticipo de la investigación que esperamos que nos sea editada en breve, presentamos este artículo que publicamos en el periódico Viva Jerez el 26 de enero de 2016.

 

miércoles, 3 de febrero de 2016

CALLE POR-VERA VS. CALLE DE LA POLVERA

Desde que comenzamos a investigar los viejos legajos y documentos del Archivo Municipal de Jerez, siempre nos llamó la atención la insistente presencia en ellos de la actual calle Por-vera escrita como "calle de la Polvera". Un nombre que me hacía cuestionar la capacidad gramatical de los escribanos de Jerez, el habla jerezana y, cuando menos, la "tradición" universalmente aceptada en el Jerez de nuestros días de que el nombre de esta principal calle jerezana provenía de su discurrir por la "vera de la muralla". El tiempo (entre legajos) y un poco de suerte todo lo acaba desvelando, como sucedió con la dichosa Polvera.


Esta investigación la publicamos como TRIBUNA LIBRE en el Diario de Jerez el 27 de febrero del 2013 y lleva por título:

La fantasía impugnada por los documentos. Del Rincón Malillo a la Por-Vera, un bello recorrido históricamente anecdótico.




LA nomenclatura de las calles del casco histórico jerezano se remonta, en la mayoría de los casos, a los primeros momentos de la configuración de la ciudad medieval cristiana y a la expansión urbana de los siglos XV y XVI. Una familia o una persona, una actividad económica, un accidente geográfico, un suceso o un edificio significativo se encuentran detrás de muchos de estos nombres, nombres que aún permanecen como algo indeleble de nuestro día a día. Sin embargo, desvanecido de la memoria colectiva, con el correr de los años, aquello que les dio nombre, tratar de dilucidar el porqué de esta nomenclatura no es siempre tarea sencilla. 

Como bien demostró el archivero municipal Agustín Muñoz y Gómez en su imprescindible obra sobre las calles y plazas de Jerez, el documento es la luz que ayuda a despejar las tinieblas que envuelven sus orígenes. Pese a ello, algunos, todavía hoy, permanecen bajo halos de leyenda, como aquella que se refiere al Rincón Malillo. Una difundida denominación que aquí parece nacer del mal estado de la muralla en aquel tramo. Tal era su deterioro, que el temor a desaparecer bajo los escombros llevó a los audaces vecinos que en 1622 habitaban este "rincón malillo de la muralla que sale al juego de pelota" a pedir cuentas a un Ayuntamiento que reiteradamente olvida sus responsabilidades en el mantenimiento de los muros patrios. Se disipan, así, los cuentos con final fatídico construidos sobre fanfarronadas de caballeros que se atrevieron a retar al Diablo en aquella encrucijada de calles del barrio de San Mateo. Si bien es verdad que la comunicación con el bullicioso Juego de Pelota, escenario recurrente para valentones y duelos de capa y espada, [véase nuestro artículo sobre el Juego de la Pelota] pudiera haber dado algún sangriento suceso que acabó abonando tan fantástica como evocadora leyenda. 

 Pero bajemos hasta la calle Por-vera. Muñoz y Gómez dice que este título proviene de su discurrir "por vera de la muralla". Una tesis que puede ser acreditada con la trascripción que Mesa Xinete realiza del repartimiento de tierras que Alfonso X hizo al Convento de Santo Domingo: "Otorgamos (…) el campo y huerta que es entre la Puerta de Sevilla y de la otra parte de la carrera que va a la par del muro de la villa" (Historia de Xerez, tomo II, p. 341). Sin embargo, en la documentación de los siglos XVI hasta mediados del XIX, esta calle es, sin excepción, nombrada como "calle de la Polvera". Sin más. Será a mediados del siglo XIX, cuando alguien consideró que "polvera" era la trascripción de una mala pronunciación de: "por vera del muro". Desde ese momento, la calle "de la Polvera" pasó a ser calle "Por-vera". Un cambio de denominación que, inexplicablemente, el archivero Muñoz intentará validar documentalmente y que se ha aceptado, hasta hoy, sin ningún tipo escrúpulo. 

 Como decimos, los documentos anteriores a esa fecha nombran a esta calle como "calle de la polvera". En esta expresión, la palabra "polvera" aparece siempre funcionando como sustantivo, lo que da a entender que se hace referencia a un objeto (la polvera) que había caracterizado o que era propio de esta calle. Esto, a menos que, en siglos, nadie hubiera pronunciado y escrito correctamente: "Por la vera del muro", pero sabemos que Jerez no fue tan analfabeta como para llegar a tanto. La pregunta es inmediata: ¿qué era 'la polvera'? Precisamente, son los documentos los que nos darán la respuesta. Dejemos que hablen. 

 Un acta capitular de 1543 recoge la petición de los albañiles y caleros de la ciudad para trasladar los almacenes de la madera y los lugares de producción y venta de cal a la zona de la Puerta Nueva. En ella se hace referencia a estos últimos lugares como "la polvera de la cal". Otra petición dirigida al Cabildo en ese mismo año solicitaba, a su vez, el traslado de los "porveros de cal", que estaban en las inmediaciones de la Puerta de Sevilla. Por tanto, "la polvera" que quebraba nuestras cabezas se trataba de depósitos y hornos de cal, tal y como hoy se usa en las famosas caleras de Morón. Como asimismo demuestran otros documentos de la época, estas "polveras de la cal" se habían situado en las entradas-salidas de la ciudad, donde habría un mejor acceso a estas mercancías y donde estas industrias se desarrollarían sin gran perjuicio de los vecinos.

 Fue, sin embargo, en el citado entorno de la Puerta de Sevilla donde la producción y venta de la cal se afianzó en el tiempo -o donde tuvo una mayor relevancia-, bautizando, así, tanto al lugar como a la calle que se estaba formando por entonces. Así lo comprobamos en el siguiente documento que nos informa cómo en 1613 el convento de Santo Domingo vendía una casa "que dicho convento tiene en la Polvera junto a la alcoba, que linda con la muralla de la ciudad". La escritura de esta compra-venta especifica el enclave de la casa, que estaba cercana a la Puerta de Sevilla, "en la collación de Santiago en la calle de la polvera junto a la azacaya nueva (surtidor público de agua)". O, también, "en la calle de la Victoria junto a la calera en linde con casa que fueron de Alonso de Melgarejo veinticuatro y bodegas de Antón Juares y por el lado derecho el Alcoba nueva y el muro". Este documento señala la continuidad de la producción de la cal en este lugar, habiendo dado nombre a la calle. Un nombre que acabó prevaleciendo, pese a que en aquellos años también se le llamaba indistintamente "de la Victoria", por el homónimo convento allí enclavado.

 Hay que hacer notar que esta zona trasera al convento de San Juan de Dios y a la capilla de San Juan de Letrán tuvo cierto carácter industrial en aquella época; allí se documentan, asimismo, varios hornos de pan, ya a principios del siglo XVIII. La producción de cal en esta zona continúa hasta finales del XVIII. Por entonces, la denominación de "hornos de cal" prevalecería sobre el de "polvera" o "polveros", un hecho que, no obstante, no impidió que el pueblo respetase el nombre que tenía esta calle desde el siglo XVI. Un respeto a la Historia que, en cambio, no tendrá la arrogancia de los que confeccionan la nomenclatura del callejero jerezano en tiempos posteriores.



Fuentes: 

Archivo Municipal. Actas Capitulares, año 1622, f. 642; año 1543, ff. 708v., 709v., 757. 

Arch. Protocolos Notariales, tomo 1186, f. 49-51v.; tomo 2247, f. 572v.; tomo 2964, s/f. 


Romero Bejarano, M.: "Arquitectura militar en Jerez durante el siglo XVI", Jerez, 2008, notas 129, 130, 131.