domingo, 13 de diciembre de 2015

EL HISTORIADOR GONZALO DE PADILLA, ENTRE LIBROS Y DEVOCIONES.

Mis queridos lectores no me reprocharán la poca actividad de este blog. A buen seguro están alertados de la conocida la indolencia de su autor en publicitar sus obras historiográficas. Una indolencia o, mejor, desapego que ni siquiera le ha llevado a dar cabida en este feudo virtual una mísera línea sobre la presentación en sociedad de ese libro sobre la Educación en el siglo XVIII en Jerez que culminaba y reunía las avanzadillas que hemos ido presentando en este blog. Ni un anuncio del ameno Tour, que complementó dicha conferencia-presentación literaria, y que comandó por los lugares del callejero jerezano donde se establecieron los centros docentes más relevantes de ese Jerez de la Edad Moderna, sobre los que sigue reuniendo datos que esperan que de una vez se les de forma de publicación. Ambos acontecimientos tuvieron lugar, respectivamente, en mayo y junio de este año. Y no crean que no los publicitó aquí por ningún extraño motivo. Ni por que tenga a los blogs aborrecidos, ejem, ejem... Sólo, como digo, por simple dejadez.

Bueno, despues de esta parrafada (o soliloquio), a lo que íbamos. Aquí os dejo un artículo publicado en el Diario de Jerez el 17/III/2015 sobre el historiador del siglo XVII Gonzalo de Padilla en el que perfilo su vida intelectual y su obra al frente de la iglesia parroquial de San Lucas. He de decir, para descargo de mi conciencia -y por si hay algún suspicaz por ahí-  que la redacción del Diario recortó el texto del artículo sin mi conocimiento. Esa es la razón por la no aparezcen las fuentes documentales que acompañaban al texto original y que autorizan todo cuanto en él se dice. Como próximamente aparecerá un estudio de mayor enjundia en el que profundizo aun más en la figura de este enmarañado cronista local, a él remito al interesado o interesada.  Bueno, pues nada más, hasta otra.


EL HISTORIADOR GONZALO DE PADILLA, ENTRE LIBROS Y DEVOCIONES.

Aseguraba Hipólito Sancho en su Xerez, Sinopsis Histórica (1961) que en el siglo XVIII  “tuvieron las ciencias históricas en Jerez un grupo tan numeroso como nutrido de cultivadores”. Y estamos de acuerdo. Aunque no es menos cierto que los cimientos y el cuerpo de esa historiografía estaban asentados desde el siglo anterior.
Fenómeno característico de la España del Seiscientos fue el de los historiadores locales. Escritores que cortaban sus plumas a la medida de las presunciones patrias, creando unos textos al servicio del prestigio de sus ciudades y de la exaltación de sus linajes oligárquicos. Uno de ellos fue Gonzalo de Padilla (1577 – c.1657).
No es esta la primera vez que me ocupo de la desdibujada figura de este presbítero y de su, no menos enmarañada, obra historiográfica. Han sido trabajos que demostraron el error de identificarlo como autor de la Historia de Jerez que por tradición se le ha venido atribuyendo. Una maraña de autorías fruto de la compilación y adición de textos que, sin alcanzar el premio de la imprenta, habían pasado como materiales de trabajo de unas manos eruditas a otras. La imprenta llegó al final, pero para celebrar el error.

Continuando con el perfil biográfico del doctor Gonzalo de Padilla, centramos la atención, en esta ocasión, en la jugosa información que aportan sus últimos testamentos.
Nunca sabremos si fue una burla del Destino o si, en cambio, fue un intento de reconciliación de alguien que defendió a ultranza la primacía de los Santos de Hasta como patrones principales de Jerez; el caso es que el 9 de octubre de 1657, día de san Dionisio, en su morada de la calle Bizcocheros, Gonzalo de Padilla, “enfermo de cuerpo y sano de la voluntad”, en su “juicio y entendimiento” y rondándole la calamidad postrera, tomaba la pluma, quizás por última vez, para firmar su codicilo. Este documento notarial venía a acrecentar y enmendar el testamento que había otorgado meses antes. Por él conocemos que inició su carrera eclesiástica con apenas catorce años, edad con la que obtuvo su primera capellanía. Después vendrán tres más, fundadas por familiares. Las capellanías le ingresaban unos 140 ducados al año, a los que se sumaban sus retribuciones como cura beneficiado de la parroquia de San Lucas, beneficio que obtendría en torno a 1620. Entre sus bienes también contó con las rentas de una casa-tienda en la calle de Francos, también de herencia familiar.
Es evidente que el doctor Padilla gozó de una clara holgura económica. Si no hubiese sido así, raramente hubiera podido renovar a sus expensas la sacristía de la iglesia de san Lucas con ropas y vestuario, gastando en ello “muchos dineros”, pues al entrar al servicio de ella la halló “tan pobre” que ni de eso tenía. Y seguía relatando: “y a la santísima virgen de guadalupe le e vuscado entre sus debotos munchos vestidos ricos. En que dejo de rropas y plata a la dicha yglesia munchos ducados”.
Fue fray Esteban Rallón quien informó en su Historia de Jerez, escrita hacia 1660, al hablar de la parroquia de San Lucas que su docto cura renovó el culto a la citada imagen mariana. Y, en efecto, así lo constataba Padilla en su codicilo: “en la dicha yglesia del señor sant Lucas yo entroduxe la ssanta devossion de nuestra señora de guadalupe que a más de treinta y tres años y en todas sus festibidades del año a ora de prima se diese primero muy solene (ilegible) ocho belas blancas”. Por tanto, pudo ser hacia 1624 cuando, según declaraba: “yo fundé una cofradía de la birtud (sic) de la ssantissima birjen de guadalupe en la dicha iglesia del señor san lucas donde están asentados por esclabos de la santísima birjen muchas personas debotas. Y, reiterando la manda anterior, concluía: “mando y es mi voluntad que al benefisiado que susediere […] se le entregue el libro de los esclabos y que continúe esta santa debosión”. Más allá de los testimonios que narran sus experiencias sobrenaturales con esta imagen -que la tradición cuenta que fue donada por el rey Alfonso XI-, quizás detrás del hecho de alentar su culto subyaciera el intento de conseguir un elemento en torno al cual reunir los apoyos económicos de que tanto carecía, al parecer, el viejo templo alfonsí. Lo cierto es que la cofradía será capital para su mantenimiento. Así, pues, Padilla obró el milagro.

Virgen de Guadalupe. Iglesia de San Lucas, Jerez.
Al margen de sus labores al servicio del templo donde pidió ser enterrado, las últimas voluntades del Dr. Padilla reflejan también esa elevada formación intelectual que le permitió acceder a un beneficio que, como el de San Lucas, se obtenía por oposición. Hablamos de su biblioteca. Después de una vida de estudio y solaz, sus libros venían a ser, ahora, una propiedad más a poner en venta con la que hallar la liquidez necesaria para cumplir las distintas mandas del testamento. Algo muy común en la época. Gracias a ello, sabemos que Padilla poseyó unos cuatrocientos tomos de libros que abarcaban materias como la Escritura Sagrada, la Teología escolástica y las Humanidades. A ellos se unía una cantidad indeterminada de libros sobre historias de órdenes religiosas y otros de materias no especificadas. Sólo esos cuatrocientos volúmenes ya representaban una notable biblioteca “profesional”. Una biblioteca que albergaría manuscritos y otros documentos relacionados con esa Historia de Jerez que comenzó a escribir hacia 1630 a instancia del cabildo municipal. Entre esos “papeles” pudieron estar aquellos “que estando en la ciudad de Sevilla en cierto negocio una persona me dio […] los cuales los he tenido guardados con mucha fidelidad y son de esta nobilísima ciudad” y que al punto mandaba que fueran devueltos a la Ciudad. ¿Quién sabe si hoy, sobreviviendo al Tiempo y a las desamortizaciones, algunos de los libros del doctor Padilla que fueron a parar al convento de Santo Domingo o aquellos que fueron al de San Agustín y al Colegio de la Compañía de Jesús aún acumulan polvo en algún arrinconado estante? ¿Quién sabe?





viernes, 25 de septiembre de 2015

María de Austis, una comerciante vinícola del siglo XVI.


Pocas líneas, por no decir ninguna, dedica la historiografía jerezana a la participación de la mujer en la producción y la comercialización vitivinícola. Desde luego, en un mundo de hombres su presencia fue -y es- casi residual o anecdótica. Pero, sin embargo, mujeres implicadas en el mundo del vino las hubo.


Aprovechando estas fechas festivas alrededor de nuestra agro-industria, queremos desempolvar -literalmente- el nombre de una de esas mujeres que tomaron el mando en el negocio del vino mucho tiempo antes de que llegaran a nuestra ciudad, en los albores de la contemporaneidad, los conocidos apellidos que secularmente identificamos con el desarrollo la vitivinicultura jerezana. De esa trastienda de la Historia sacaremos a María de Austis.


Capitulaciones matrimoniales de Francisco de Castilla y María de Austis (1586)

En 3 de julio de 1586, María de Austis, viuda de Baltasar Pérez de Acuña, se casaba con el veinticuatro Francisco de Castilla, con quien le unía no sólo vínculos familiares, sino también de negocios [Archivo Diocesano Asidonia-Jerez, San Miguel,  libro de matrimonios (1573-1593), f. 53]. Castilla era paradigma de la burguesía mercantil que había logrado el ascenso a la élite social y política local gracias a los frutos de sus afanes comerciales [Archivo de Protocolos Notariales, of. 17, año 1614, ff. 770-780]. Un día antes del enlace, los futuros esposos protocolizaban un inventario de los cuantiosos bienes que cada uno aportarían al matrimonio [APN., of. 5, año 1586, 2 de julio, folio roto].

La libertad de acción que la legislación castellana otorgaba a la mujer viuda permitió que María de Austis continuara los posibles negocios de Pérez de Acuña. No era algo inusual. En la citada acta de inventario, María es descrita como una empresaria al mismo nivel de su socio y marido en ciernes; preparación intelectual para ello no le faltaba, pues sabía escribir. Tanto es así que en la flota que partió hacia Nueva España en el año 1584 había cargado 100 pipas de vino a mitad con Castilla. De esta operación se le debían 18.966 reales y medio que estaban “en poder de nicolas peres hurtado vecino de Mexico y que eran resto de los 7.741 pesos y cinco tomines en que había fructificado dicho envío. Al año siguiente, 1585, según sigue anotando el documento, había cargado otras 50 pipas que estaban en poder de su nombrado apoderado en México. Cada barril o pipa se apreciaba en 40 ducados. Aparte de lo mencionado, guardaba  100  “botas de vino que están en una bodega detrás del convento de la vera cruz, que fueron apreciadas en 20 ducados cada una”. 


Nuestra señora de Atocha (1611)


Como vemos por este documento, y como han demostrado los estudios de Guerrero Vega, Romero Bejarano y Aroca Vicenti, ya desde el siglo XVI en esa zona periférica de Jerez se estaban configurando complejos arquitectónicos de carácter bodeguero de cierta importancia, bodegas que Austis y Castilla suponemos que arrendaban para almacenar el ingente vino que criaban o compraban. Así, Castilla decía tener almacenadas 500 botas entre esa misma bodega y otra anexa.

Con el matrimonio, cesarían los negocios vinateros de doña María de Austis. Y pronto también lo harían los de su esposo, ya por entonces más preocupado en trasformar su fortuna en capellanías y mayorazgos. A ello le forzaba una sociedad decadente que despreciaba la nobleza del trabajo y que blasonaba, por el contrario, el “noble” vivir de las rentas.


Juan A. Moreno Arana.