sábado, 8 de octubre de 2022

UNA COPIA DEL LIBRO DEL REPARTIMIENTO DE 1577.



Hoy traigo una noticia extraída de las actas capitulares del cabildo de Jerez que habla sobre una copia del Libro del Repartimiento, sin duda, uno de los principales documentos que guarda nuestro archivo municipal. Este “traslado” se realizará en 1577 por mano de Francisco de Torres, “escritor de libros” vecino de nuestra ciudad, en la calle Orbaneja para más señas.


Aunque primero, es interesante señalar que el de los llamados "escritores de libros" fue un oficio relacionado con la producción y el consumo de libros que tuvo asiento y una especial presencia en Jerez en esos años. De estos profesionales de la escritura hay constancia documental de que hubo varios trabajando para la ciudad y para fuera de ella a lo largo de la segunda mitad de ese siglo XVI para instituciones de la importancia como la catedral de Cádiz. Del citado Francisco de Torres ha quedado rastro documental de varios de sus trabajos, entre ellos, algunos para fuera de nuestra ciudad.
Pero vayamos al acta capitular de 1577. En ella se nos dice que los capitulares se habían concertado con “torres escriptor de lybros” para el “treslado del lybro de la población desta cibdad de los repartimientos de las casas”. Un encargo que quizás fuera una pieza más de esa política renovación estética que el Ayuntamiento acometía por aquellos años. El trabajo del calígrafo había quedado ajustado en un precio de cuatrocientos reales por “dozientas hojas que avran de escriptura antes más que menos y por las lumynaciones que lleva otros cien reales”. Conste que los capitulares comisionados regatearon este precio “todo lo posyble”. Finalmente el cabildo dará la libranza de esos 500 reales.



Como se observa, únicamente se habla del repartimiento de casas, no haciéndose referencia al reparto rústico. Este parece que se extraviará posteriormente, estando en la actualidad desaparecido.
Torres efectuaría su labor sobre otra copia de este reparto de casas. En concreto, la realizada en 1338 por el escribano Aparicio Martínez. Esta de 1338 es la copia más antigua que nos ha llegado.
Posiblemente, las “quatro piesas cantoneras e dos manesillas con sus hembras e machos e dos escudos el uno de las armas de su majestad y el otro de las armas de esta çiudad con las de castilla e leones todo ello de plata de cantidad de seys ducados” que se realizan en 1579 estuvieran destinadas al adorno de la encuadernación del traslado que acaba de realizar Torres apenas unos años antes.
En nuestro archivo municipal únicamente se conserva las copias de 1628 y de 1778. Pero, ¿Qué fue de esta interesante copia del documento fundacional de la Jerez castellana?


bibliografía:
Moreno Arana, J.A.: UN EPISODIO CULTURAL DE JEREZ DE LA FRONTERA EN EL SIGLO XVI. Los libros del bachiller Diego de Aguilocho, Madrid, 2019, p. 16.
Junta de Andalucía: Memoria Final de Intervención Libro de repartimiento de casas y heredades. 1338. Jerez de la Frontera. Cádiz. 2010.

martes, 2 de agosto de 2022

LA CASA DE FELIPE FERNÁNDEZ.

    

    No son pocas las casas de nuestro centro histórico que guardan historias que merecen ser conocidas. La número 7 de la calle Carpintería Baja es una de ellas. Esta casa edificada en el siglo XVIII perteneció y fue morada del presbítero Felipe Fernández, personaje que tiene su lugar en la Historia de Jerez por haber sido parte activa del episodio de la Ilustración. Sus desvelos fueron decisivos para la instalación en la ciudad de la Sociedad Económica de Amigos del País. Las Sociedades Económicas se crean con el objetivo potenciar y regenerar las bases socio-económicas y culturales locales conforme a esos nuevos tiempos e ideas que se respiraban por toda Europa. Sin embargo, diversos avatares, internos y externos, políticos y personales, dieron pronto al traste con ella, haciéndola casi inoperante, hasta que a mediados del siglo siguiente cobre nuevo impulso.


    Este desmoronamiento y división de los socios pudo ser una de las causas que llevaron a Fernández a abandonar Jerez a principios de la década de 1790 para instalarse en Londres, quizá de la mano de algún miembro de la colonia británica jerezana. Como señalaron Jiménez García y De la Rosa Mateos en la “Revista de Historia de Jerez” (2008/2009), en Londres Fernández cultiva una aplaudida actividad cultural; profesor de español, filólogo y traductor fueron labores de su todavía nebulosa estancia británica. Y es entre la bruma londinense donde su persona se disuelve en 1815.

    Siguiendo la edad que se declara en su partida de defunción, los citados autores identificaron un Felipe Fernández Argumedo nacido en Jerez en 1741 con nuestro presbítero. Sin embargo, esta identidad la desmiente el testamento de este Fernández Argumedo, casado y dedicado al campo, realizado ante el notario Manuel de Sousa en 24 de octubre de 1800.

    Pero el interés por la biografía de Felipe Fernández no es nuevo; surge a mediados del siglo XIX en el seno de la propia Real Sociedad Económica (véase: Bertemati, M., Memoria histórico-crítica de la Real Sociedad Económica Jerezana de Amigos del País, 1862; Archivo Municipal, Real Sociedad Económica de Jerez, Lib. 4, 11). Sus nuevos dirigentes buscarán realzar la figura del presbítero abrazándolo como el antecesor de sus tesis políticas liberales, en contraposición a quien fue el primer director de la Sociedad: el absolutista ilustrado marqués de Villapanés. De esas pesquisas se sabrá que en 1793 Felipe Fernández había otorgado desde Londres un poder para que Juan Antonio Ferrán médico y también ligado a la historia de la Económica jerezana, hiciera en su nombre donación de una casa señalada con el nº. 31 de la calle Carpintería Baja, numeración antigua que aún conserva en su interior el inmueble, restaurado en años recientes con una ornamentación ¿¡Neo-Andalusí!? a la que incomprensiblemente la Delegación de Urbanismo dio licencia. Tirando de este hilo, pudimos hallar el citado poder notarial, protocolizado ante el notario de nuestra ciudad Francisco Fernández Gutiérrez en 6 de noviembre de 1793. Conocemos así que la casa, que Fernández había hecho labrar y reparar, la donaba a su tía Petronila López de Alfaro, en agradecimiento a antiguos apoyos económicos que en ese momento habían cambiado de dirección. Comprada por Fernández en 15 de julio de 1785 ante el notario Antonio Cerrón, la casa lindaba con la del jurado Isidro Martínez de Gatica, curiosamente otro destacado impulsor de la Sociedad Económica jerezana. Este último documento, junto con los firmados ante el citado Cerrón en 27 y en 29 de agosto de 1782, confirman la identificación que defendimos en nuestro libro “La educación en Jerez de la Frontera en el siglo XVIII” (2012) con el fraile dominico Felipe Fernández López, quien en 1779 pasaba al estado eclesiástico secular con la excusa de disponer de cierta parte de sus propiedades para familiares y obras pías.




    En la casa de la Carpintería Baja tendrá su residencia entre 1786 y 1790, compartiéndola con otros miembros de su familia; así quedó registrado en el padrón parroquial de san Lucas de esos años conservado en el Archivo Diocesano. Entre sus paredes, reunido con su vecino Martínez de Gatica, el padre Fernández trazó sus planes para el desarrollo de nuestra ciudad. Desde el umbral de su puerta se despedirá en 1790 de familia, amigos y proyectos para encaminar sus pasos hacia tierras extrañas, pero sin perder el orgullo de considerarse fundador de la Sociedad Económica jerezana.

(artículo publicado en Diario de Jerez, en 1 de agosto de 2022.)

https://www.diariodejerez.es/opinion/articulos/casa-Felipe-Fernandez-tribuna-libre_0_1706530085.html

domingo, 27 de marzo de 2022

MÚSICA, DANZA Y TEATRO EN EL SIGLO XVII.

Me gustaría volver con el jerezano Ambrosio de Cuenca y Argüello, como recordamos, capellán del ejercito, doctor en Teología, escritor y autor teatral del siglo XVII. Esta vez, estas líneas van dedicadas a señalar la presencia de la música y la danza en una de sus obras teatrales: el entremés “Los texedores”.

El telón de fondo de la acción de este entremés es la boda de la infanta María Teresa con el rey Sol, Luis XIV de Francia, que tuvo lugar el 9 de junio de 1660, gracias a ello se puede concluir que Cuenca tuvo que haber redactado este entremés a mediados o fines de ese año.
El argumento y los caracteres de los personajes son prototípicos de estas breves creaciones teatrales: un sacristán habla a un amigo para que le ayude en una “trisca y burla” contra el alcalde mayor del pueblo. El alcalde, en una riña por celos, había maltratado a su esposa, que a su vez tenía un idilio amoroso con el sacristán. Para vengar a su amada, el sacristán se disfraza junto a su amigo de tejedores armenios. El celoso alcalde, que necesitaba vestuario nuevo para las fiestas del casamiento de la infanta, acepta el ofrecimiento de los tejedores de hacerle el traje más vistoso, más barato y de la más rápida ejecución jamás vista. Pero este trabajo tenía una peculiar condición: las telas que se utilizarían para tan bizarra labor de sastrería eran tan especiales que quien tuviera “algo de morisco o judío” sería incapaz de contemplarlas. El alcalde acepta las pintorescas condiciones de los embozados tejedores, sucediéndose a partir de ahí una serie situaciones cómicas que acaban con el alcalde burlado delante de todos. El entremés culmina, como era habitual en este género teatral, con sus protagonistas festejando el desenlace con cantes y bailes acompañados de toques de “guitarra y castañetas”.


Ojalá algún día pueda Jerez honrar y librar del olvido a Ambrosio de Cuenca con la representación de alguna de sus obras, mientras tanto podemos recrear el sarao final de “Los texedores” escuchando una pieza para danza de gran popularidad y que aparece en numerosas obras teatrales de la época: la españoleta.


Bibliografía: 

AMBROSIO DE CUENCA, ESCRITOR Y DRAMATURGO JEREZANO DEL SIGLO XVII

Hoy día del Teatro, es un buen momento para recordar que Jerez fue cuna de un dramaturgo que con sus “comedias famosas” llenó los corrales y colmó las horas ociosas de muchos lectores entre los siglos XVII y XVIII, en emulación con los grandes autores de nuestro Siglo de Oro. Recordemos hoy a Ambrosio de Cuenca Y Argüello.

Cuenca y Argüello nace en 1624 en el seno de una familia modesta en lo social y en lo económico, pero bien relacionada con la oligarquía local. El vástago de los Cuenca seguirá la carrera eclesiástica; el prestigio familiar se jugaba en los estudios del joven Ambrosio. Y, en efecto, tras una larga y brillante carrera como capellán en los Tercios de Milán y en la Armada de la Carrera de Indias, curando el cuerpo y el alma de la soldadesca y viviendo en primera persona los padecimientos de la guerra, el ya por entonces doctor Ambrosio de Cuenca obtenía finalmente una prebenda en la catedral peruana de Trujillo. En 1670, después de una estancia en España, regresaba a su empleo en la catedral americana donde su hilo vital se nos pierde.



Esta prebenda fue fruto, sin duda, de su mérito personal, pero también de su trabajada relación con distintas personalidades de la época, como se pone de manifiesto en la relación de sus méritos que presenta al Rey en 1662. Y es que prontamente nuestro capellán había divisado cómo sus dotes literarias le abrirían las puertas para ganarse el favor de estos mecenas e ir escalando socialmente a golpe verso. Así lo pudo comprobar en 1652 con los regidores jerezanos. Su petición al cabildo jerezano fue el hilo a partir del que pude ir desenmarañado su olvidada personalidad, rescatando su obra escrita en la que destacó una producción teatral en buena medida mediatizada por sus estrategias de mecenazgo.

Una de sus obras de más éxito, “Nuestra señora de Regla”, se publica junto a obras de Luis Vélez de Guevara, Juan de Matos Fragoso, Juan Bautista Diamante o Tirso de Molina en la “Parte veinte y siete de comedias varias nunca impressas compuestas por los meiores ingenios de España”, publicada en Madrid en 1667. Esta comedia tiene la peculiaridad de ser, quizás, el único ejemplo de texto literario teatral inspirado en las banderías jerezanas. Un trasunto de “Romeo y Julieta”, con final feliz, en el Jerez del siglo XIV. Detengámonos en el sentido elogio a su “patria chica” que Cuenca pone en boca de doña Leonor, nuestra Julieta:

Esta ciudad cuya cesárea planta/ hermosea vistosa almena tanta, / y Guadalete lame sus umbrales,/ con lengua siempre rauda de cristales/ es, Xerez; nací en ella, o nunca fuera/ propicio el Cielo a tanta primavera/ ni me diera hermosura, / pues cruel me negó mayor ventura”.

Bibliografía: Moreno Arana, Juan Antonio: "El escritor Ambrosio de Cuenca y Argüello y el mecenazgo literario del Ayuntamiento de Jerez de la Frontera durante el siglo de Oro", Revista de Historia de JerezISSN 1575-7129, Nº. 22, 2019págs. 133-166

 https://www.academia.edu/41635406/EL_ESCRITOR_AMBROSIO_DE_CUENCA_Y_ARG%C3%9CELLO_Y_EL_MECENAZGO_LITERARIO_DEL_AYUNTAMIENTO_DE_JEREZ_DE_LA_FRONTERA_DURANTE_EL_SIGLO_DE_ORO?fbclid=IwAR1KmG4cnzF2ypGHzNCnKpQmE_SaWv6cim1-eAdtIjJTUCVibDZPytsjcK4


RÉQUIEM POR UN NOBLE JEREZANO, O LOS MINISTRILES SE VAN DE FUNERAL.

 

En aquella mañana del 9 de julio de 1590, el sol brillaba. Las paredes del esplendido palacio, iluminadas. Sus patios, preparados para celebrar el poder familiar bajo las estrelladas noches que se avecinaban. Todo hubiera sido perfecto. Pero los ojos de la fatídica Moira se habían puesto sobre la recién remodelada casa del mayorazgo de los Núñez Dávila. La rueda de la Fortuna había girado. Las alegres chanzonetas de los ministriles se tornaron en oficios de difuntos y responsorios. El veinticuatro Bartolomé Dávila Núñez partía para su morada, la definitiva, donde no habría cabida para vanidad alguna. La fría sepultura que los Dávila poseían en el Sagrario de la Colegial de San Salvador desde el Repartimiento de Jerez por Alfonso X le daba la bienvenida.




Llegada la hora de hacer las cuentas de los gastos tocantes al entierro, se anotará que “a la música de San Salvador que acompañó el cuerpo” se le pagó cuatro ducados, esto eran 44 reales que habrían de repartirse entre sus componentes.

Era algo inevitable que la asistencia a las honras fúnebres también se contase entre los servicios musicales extraordinarios que ayudaron a los ministriles a mantener, humildemente, a sus familias, completando los cortos sueldos contratados con el ayuntamiento y el cabildo colegial y las demás parroquias.

No se puede precisar si la capilla musical de la Colegial estuviera al completo en este ceremonial; si fueron los cantores únicamente, o si les acompañaron los ministriles. Posiblemente, estuviera presente al menos el bajón, instrumento que, por su registro grave, el más semejante a la voz humana, mejor se integraba dentro de los conjuntos vocales para enriquecerlos o completarlos.

Las distintas oraciones litúrgicas que cantaron o tañeron los músicos de la Colegial acompañando el cuerpo del difunto tuvieron su contrapunto en las voces de los Niños de la Doctrina. Los huérfanos portarían un cirio o hacha encendida, entonando esa “solfa” –quizás un Kirie o un Miserere– que se negara a pagar aquel rufián del poema de Quevedo. Dávila sí la pagó, aunque, lógicamente, como el rufián, tampoco pudiera escucharla; cuatro reales costó la limosna, los mismos cuatro reales de la limosna de la misa que se dijo en la Victoria. El ataúd costó trece. El acompañamiento de los clérigos, la misa cantada de cuerpo presente y el doble de las campanas por el sacristán, 180 reales.




Para ilustrar este fúnebre paisaje sonoro de una ciudad de Jerez que ya dejaba atrás su dorado siglo XVI, proponemos la audición del Kirie de la “Missa pro defunctis” (1582) del maestro de capilla de la Catedral de Sevilla Francisco Guerrero. Maestro con quien con mucha posibilidad tuvieron contacto los músicos jerezanos:

LA MÚSICA Y LA CONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DE LA CIUDAD DE JEREZ DURANTE LA EDAD MODERNA.


La música no sólo significó para los regidores jerezanos un instrumento de autorización de la potestad municipal, sino que también funcionará como pieza para una construcción ideal de la urbe y de su gobierno. Fue una idealización de la ciudad a través de lo sonoro que llega, incluso, a modelar espacios y edificios, tanto de forma efímera como permanente.
Aunque la función de la música en el ritual o ceremonial civil permanezca invariable, la elección de un tipo u otro de instrumentista o de conjunto musical responderá, en buena medida, a los cambios mentales y culturales que tienen lugar a lo largo de ese largo periodo que va desde principios del XV a fines de XVIII, y a los que Jerez, como ciudad totalmente conectada con el resto del mundo, no permaneció ajena.
Aunque la musicología tradicional ha venido centrándose en los grandes compositores, de los que nuestro país fue fecundo, fueron los humildes instrumentistas los que realmente materializan sonoramente unas partituras en un momento en que existía una enorme libertad para la interpretación y para la improvisación.



Hemos de recordar así en esta celebración a los ministriles Sedano, Torres o a los clarineros, de curiosos y reveladores apellidos, Antonio Schubert o Juan Bautista Veneciano. Sin citar a tantos otros que acapararon, desde su empleo de músicos municipales, y durante más de dos siglos, parte del paisaje sonoro urbano jerezano, ya fuera institucional, doméstico o privado, y que enriquecieron, de la mano del ayuntamiento, el ambiente musical de nuestra ciudad.
La ilustración sonora traemos la pieza Dulce Clarín Sonoro, a 8 (Responsión General al Santísimo) de Sebastián Durón (1660-1716) que está aderezada con esos ecos militares de los clarines que acompañaban la marcha y la presencia pública de la comitiva municipal jerezana de fines del siglo XVII y principios del XVIII. 
 

Bibligrafía:
Moreno Arana, J. A.: "Escenarios sonoros del poder municipal en España durante la Edad Moderna: el caso de Jerez de la Frontera". Vínculos de Historia, 10 (2021).
Moreno Arana, J. A. Música y poder municipal en Jerez de la Frontera. Siglos XVI-XVII”, Historia, Instituciones y Documentos, 45 (2018), pp. 241-268.

EL VIA CRUCIS DE LOS MAESTROS JEREZANOS DEL SIGLO XVIII

Bajo la advocación San Casiano de Ímola se constituye la hermandad laboral de los maestros jerezanos a mediados del siglo XVIII. Esta hermandad y cofradía se creaba con unas motivaciones de índole gremial. Es decir, para arbitrar medidas de protección laboral y de socorro mutuo. Sin embargo, más allá de la defensa del oficio y del corporativismo, estas instituciones eran utilizadas como un instrumento que daba la posibilidad al colectivo de maestros de hacerse presente y de participar de forma activa de la vida social de la ciudad.

Como institución cohesionada entorno al componente religioso, la hermandad de San Casiano de Jerez encontrará en el acto piadoso del Vía Crucis uno de los cauces para exteriorizar la imagen del colectivo de cara al resto de la sociedad. Así en el capítulo sexto del Convenio de Ordenanzas de la hermandad se hace referencia a la “costumbre inmemorial” de los maestros jerezanos de salir juntos las tardes de los Viernes de la Cuaresma con sus respectivos alumnos para andar en “Público Vía Crucis”.



Como cuenta Bartolomé Gutiérrez en su “Año Xericiense” (1755), esta devoción gozaba en aquellos años de una gran popularidad entre los jerezanos, tanto cómo para que desde el arzobispado se hubiera ordenado que las mujeres lo hicieran por la mañana y los hombres por la tarde-noche, de manera que se pudiera evitar acercamientos poco decorosos entre ambos sexos.
Y, en efecto, tanto fue el arraigo de esta manifestación religiosa y tanta la importancia la que se le concedía, que las ordenanzas advertían que aquel maestro que por “legítimo impedimento” no asistiera a la convocatoria debía, al menos, cerrar su escuela durante dichas tardes, para no hacer la competencia a los demás maestros, se entiende.
Si paseáramos por la ciudad en una tarde de Viernes de Dolores como la de hoy, pero de 1751, veríamos cómo desde la Plaza de la Yerba, la calle Cotofre, la Cruz Vieja, la calle Ancha, o la plaza del Mercado salían, respectivamente, al frente de sus alumnos los maestros Antonio Iñiguez, Pedro Isidro Roldan, Juan de Salagui, Andrés de Siles y Francisco Garay. Desde sus escuelas, tomaban las empedradas calles para reunirse con los otros seis maestros de escuela legalmente establecidos en la ciudad. El punto de encuentro era frente al convento de Santo Domingo. Allí, señalizada por una cruz colocada sobre una columna, se ubicada la primera estación de la Vía Dolorosa jerezana.
Los vecinos del antiguo arrabal de Santiago se asomarían a sus puertas y ventanas para presenciar este singular y concurrido acto de meditación espiritual que se escenificaba por sus calles. Niños y maestros, arropados por una luminosa tarde de primavera, concluirian su “Camino de la Cruz” subiendo a la capilla del Calvario, en aquel entonces un deleitoso altozano a las afueras de la ciudad donde era fácil alcanzar la Gloria.
Bibliografía:
Moreno Arana, J. A.: La Educación en Jerez de la Frontera en el siglo XVIII. Madrid, 2012.