sábado, 8 de octubre de 2022

UNA COPIA DEL LIBRO DEL REPARTIMIENTO DE 1577.



Hoy traigo una noticia extraída de las actas capitulares del cabildo de Jerez que habla sobre una copia del Libro del Repartimiento, sin duda, uno de los principales documentos que guarda nuestro archivo municipal. Este “traslado” se realizará en 1577 por mano de Francisco de Torres, “escritor de libros” vecino de nuestra ciudad, en la calle Orbaneja para más señas.


Aunque primero, es interesante señalar que el de los llamados "escritores de libros" fue un oficio relacionado con la producción y el consumo de libros que tuvo asiento y una especial presencia en Jerez en esos años. De estos profesionales de la escritura hay constancia documental de que hubo varios trabajando para la ciudad y para fuera de ella a lo largo de la segunda mitad de ese siglo XVI para instituciones de la importancia como la catedral de Cádiz. Del citado Francisco de Torres ha quedado rastro documental de varios de sus trabajos, entre ellos, algunos para fuera de nuestra ciudad.
Pero vayamos al acta capitular de 1577. En ella se nos dice que los capitulares se habían concertado con “torres escriptor de lybros” para el “treslado del lybro de la población desta cibdad de los repartimientos de las casas”. Un encargo que quizás fuera una pieza más de esa política renovación estética que el Ayuntamiento acometía por aquellos años. El trabajo del calígrafo había quedado ajustado en un precio de cuatrocientos reales por “dozientas hojas que avran de escriptura antes más que menos y por las lumynaciones que lleva otros cien reales”. Conste que los capitulares comisionados regatearon este precio “todo lo posyble”. Finalmente el cabildo dará la libranza de esos 500 reales.



Como se observa, únicamente se habla del repartimiento de casas, no haciéndose referencia al reparto rústico. Este parece que se extraviará posteriormente, estando en la actualidad desaparecido.
Torres efectuaría su labor sobre otra copia de este reparto de casas. En concreto, la realizada en 1338 por el escribano Aparicio Martínez. Esta de 1338 es la copia más antigua que nos ha llegado.
Posiblemente, las “quatro piesas cantoneras e dos manesillas con sus hembras e machos e dos escudos el uno de las armas de su majestad y el otro de las armas de esta çiudad con las de castilla e leones todo ello de plata de cantidad de seys ducados” que se realizan en 1579 estuvieran destinadas al adorno de la encuadernación del traslado que acaba de realizar Torres apenas unos años antes.
En nuestro archivo municipal únicamente se conserva las copias de 1628 y de 1778. Pero, ¿Qué fue de esta interesante copia del documento fundacional de la Jerez castellana?


bibliografía:
Moreno Arana, J.A.: UN EPISODIO CULTURAL DE JEREZ DE LA FRONTERA EN EL SIGLO XVI. Los libros del bachiller Diego de Aguilocho, Madrid, 2019, p. 16.
Junta de Andalucía: Memoria Final de Intervención Libro de repartimiento de casas y heredades. 1338. Jerez de la Frontera. Cádiz. 2010.

martes, 2 de agosto de 2022

LA CASA DE FELIPE FERNÁNDEZ.

    

    No son pocas las casas de nuestro centro histórico que guardan historias que merecen ser conocidas. La número 7 de la calle Carpintería Baja es una de ellas. Esta casa edificada en el siglo XVIII perteneció y fue morada del presbítero Felipe Fernández, personaje que tiene su lugar en la Historia de Jerez por haber sido parte activa del episodio de la Ilustración. Sus desvelos fueron decisivos para la instalación en la ciudad de la Sociedad Económica de Amigos del País. Las Sociedades Económicas se crean con el objetivo potenciar y regenerar las bases socio-económicas y culturales locales conforme a esos nuevos tiempos e ideas que se respiraban por toda Europa. Sin embargo, diversos avatares, internos y externos, políticos y personales, dieron pronto al traste con ella, haciéndola casi inoperante, hasta que a mediados del siglo siguiente cobre nuevo impulso.


    Este desmoronamiento y división de los socios pudo ser una de las causas que llevaron a Fernández a abandonar Jerez a principios de la década de 1790 para instalarse en Londres, quizá de la mano de algún miembro de la colonia británica jerezana. Como señalaron Jiménez García y De la Rosa Mateos en la “Revista de Historia de Jerez” (2008/2009), en Londres Fernández cultiva una aplaudida actividad cultural; profesor de español, filólogo y traductor fueron labores de su todavía nebulosa estancia británica. Y es entre la bruma londinense donde su persona se disuelve en 1815.

    Siguiendo la edad que se declara en su partida de defunción, los citados autores identificaron un Felipe Fernández Argumedo nacido en Jerez en 1741 con nuestro presbítero. Sin embargo, esta identidad la desmiente el testamento de este Fernández Argumedo, casado y dedicado al campo, realizado ante el notario Manuel de Sousa en 24 de octubre de 1800.

    Pero el interés por la biografía de Felipe Fernández no es nuevo; surge a mediados del siglo XIX en el seno de la propia Real Sociedad Económica (véase: Bertemati, M., Memoria histórico-crítica de la Real Sociedad Económica Jerezana de Amigos del País, 1862; Archivo Municipal, Real Sociedad Económica de Jerez, Lib. 4, 11). Sus nuevos dirigentes buscarán realzar la figura del presbítero abrazándolo como el antecesor de sus tesis políticas liberales, en contraposición a quien fue el primer director de la Sociedad: el absolutista ilustrado marqués de Villapanés. De esas pesquisas se sabrá que en 1793 Felipe Fernández había otorgado desde Londres un poder para que Juan Antonio Ferrán médico y también ligado a la historia de la Económica jerezana, hiciera en su nombre donación de una casa señalada con el nº. 31 de la calle Carpintería Baja, numeración antigua que aún conserva en su interior el inmueble, restaurado en años recientes con una ornamentación ¿¡Neo-Andalusí!? a la que incomprensiblemente la Delegación de Urbanismo dio licencia. Tirando de este hilo, pudimos hallar el citado poder notarial, protocolizado ante el notario de nuestra ciudad Francisco Fernández Gutiérrez en 6 de noviembre de 1793. Conocemos así que la casa, que Fernández había hecho labrar y reparar, la donaba a su tía Petronila López de Alfaro, en agradecimiento a antiguos apoyos económicos que en ese momento habían cambiado de dirección. Comprada por Fernández en 15 de julio de 1785 ante el notario Antonio Cerrón, la casa lindaba con la del jurado Isidro Martínez de Gatica, curiosamente otro destacado impulsor de la Sociedad Económica jerezana. Este último documento, junto con los firmados ante el citado Cerrón en 27 y en 29 de agosto de 1782, confirman la identificación que defendimos en nuestro libro “La educación en Jerez de la Frontera en el siglo XVIII” (2012) con el fraile dominico Felipe Fernández López, quien en 1779 pasaba al estado eclesiástico secular con la excusa de disponer de cierta parte de sus propiedades para familiares y obras pías.




    En la casa de la Carpintería Baja tendrá su residencia entre 1786 y 1790, compartiéndola con otros miembros de su familia; así quedó registrado en el padrón parroquial de san Lucas de esos años conservado en el Archivo Diocesano. Entre sus paredes, reunido con su vecino Martínez de Gatica, el padre Fernández trazó sus planes para el desarrollo de nuestra ciudad. Desde el umbral de su puerta se despedirá en 1790 de familia, amigos y proyectos para encaminar sus pasos hacia tierras extrañas, pero sin perder el orgullo de considerarse fundador de la Sociedad Económica jerezana.

(artículo publicado en Diario de Jerez, en 1 de agosto de 2022.)

https://www.diariodejerez.es/opinion/articulos/casa-Felipe-Fernandez-tribuna-libre_0_1706530085.html

domingo, 27 de marzo de 2022

MÚSICA, DANZA Y TEATRO EN EL SIGLO XVII.

Me gustaría volver con el jerezano Ambrosio de Cuenca y Argüello, como recordamos, capellán del ejercito, doctor en Teología, escritor y autor teatral del siglo XVII. Esta vez, estas líneas van dedicadas a señalar la presencia de la música y la danza en una de sus obras teatrales: el entremés “Los texedores”.

El telón de fondo de la acción de este entremés es la boda de la infanta María Teresa con el rey Sol, Luis XIV de Francia, que tuvo lugar el 9 de junio de 1660, gracias a ello se puede concluir que Cuenca tuvo que haber redactado este entremés a mediados o fines de ese año.
El argumento y los caracteres de los personajes son prototípicos de estas breves creaciones teatrales: un sacristán habla a un amigo para que le ayude en una “trisca y burla” contra el alcalde mayor del pueblo. El alcalde, en una riña por celos, había maltratado a su esposa, que a su vez tenía un idilio amoroso con el sacristán. Para vengar a su amada, el sacristán se disfraza junto a su amigo de tejedores armenios. El celoso alcalde, que necesitaba vestuario nuevo para las fiestas del casamiento de la infanta, acepta el ofrecimiento de los tejedores de hacerle el traje más vistoso, más barato y de la más rápida ejecución jamás vista. Pero este trabajo tenía una peculiar condición: las telas que se utilizarían para tan bizarra labor de sastrería eran tan especiales que quien tuviera “algo de morisco o judío” sería incapaz de contemplarlas. El alcalde acepta las pintorescas condiciones de los embozados tejedores, sucediéndose a partir de ahí una serie situaciones cómicas que acaban con el alcalde burlado delante de todos. El entremés culmina, como era habitual en este género teatral, con sus protagonistas festejando el desenlace con cantes y bailes acompañados de toques de “guitarra y castañetas”.


Ojalá algún día pueda Jerez honrar y librar del olvido a Ambrosio de Cuenca con la representación de alguna de sus obras, mientras tanto podemos recrear el sarao final de “Los texedores” escuchando una pieza para danza de gran popularidad y que aparece en numerosas obras teatrales de la época: la españoleta.


Bibliografía: 

AMBROSIO DE CUENCA, ESCRITOR Y DRAMATURGO JEREZANO DEL SIGLO XVII

Hoy día del Teatro, es un buen momento para recordar que Jerez fue cuna de un dramaturgo que con sus “comedias famosas” llenó los corrales y colmó las horas ociosas de muchos lectores entre los siglos XVII y XVIII, en emulación con los grandes autores de nuestro Siglo de Oro. Recordemos hoy a Ambrosio de Cuenca Y Argüello.

Cuenca y Argüello nace en 1624 en el seno de una familia modesta en lo social y en lo económico, pero bien relacionada con la oligarquía local. El vástago de los Cuenca seguirá la carrera eclesiástica; el prestigio familiar se jugaba en los estudios del joven Ambrosio. Y, en efecto, tras una larga y brillante carrera como capellán en los Tercios de Milán y en la Armada de la Carrera de Indias, curando el cuerpo y el alma de la soldadesca y viviendo en primera persona los padecimientos de la guerra, el ya por entonces doctor Ambrosio de Cuenca obtenía finalmente una prebenda en la catedral peruana de Trujillo. En 1670, después de una estancia en España, regresaba a su empleo en la catedral americana donde su hilo vital se nos pierde.



Esta prebenda fue fruto, sin duda, de su mérito personal, pero también de su trabajada relación con distintas personalidades de la época, como se pone de manifiesto en la relación de sus méritos que presenta al Rey en 1662. Y es que prontamente nuestro capellán había divisado cómo sus dotes literarias le abrirían las puertas para ganarse el favor de estos mecenas e ir escalando socialmente a golpe verso. Así lo pudo comprobar en 1652 con los regidores jerezanos. Su petición al cabildo jerezano fue el hilo a partir del que pude ir desenmarañado su olvidada personalidad, rescatando su obra escrita en la que destacó una producción teatral en buena medida mediatizada por sus estrategias de mecenazgo.

Una de sus obras de más éxito, “Nuestra señora de Regla”, se publica junto a obras de Luis Vélez de Guevara, Juan de Matos Fragoso, Juan Bautista Diamante o Tirso de Molina en la “Parte veinte y siete de comedias varias nunca impressas compuestas por los meiores ingenios de España”, publicada en Madrid en 1667. Esta comedia tiene la peculiaridad de ser, quizás, el único ejemplo de texto literario teatral inspirado en las banderías jerezanas. Un trasunto de “Romeo y Julieta”, con final feliz, en el Jerez del siglo XIV. Detengámonos en el sentido elogio a su “patria chica” que Cuenca pone en boca de doña Leonor, nuestra Julieta:

Esta ciudad cuya cesárea planta/ hermosea vistosa almena tanta, / y Guadalete lame sus umbrales,/ con lengua siempre rauda de cristales/ es, Xerez; nací en ella, o nunca fuera/ propicio el Cielo a tanta primavera/ ni me diera hermosura, / pues cruel me negó mayor ventura”.

Bibliografía: Moreno Arana, Juan Antonio: "El escritor Ambrosio de Cuenca y Argüello y el mecenazgo literario del Ayuntamiento de Jerez de la Frontera durante el siglo de Oro", Revista de Historia de JerezISSN 1575-7129, Nº. 22, 2019págs. 133-166

 https://www.academia.edu/41635406/EL_ESCRITOR_AMBROSIO_DE_CUENCA_Y_ARG%C3%9CELLO_Y_EL_MECENAZGO_LITERARIO_DEL_AYUNTAMIENTO_DE_JEREZ_DE_LA_FRONTERA_DURANTE_EL_SIGLO_DE_ORO?fbclid=IwAR1KmG4cnzF2ypGHzNCnKpQmE_SaWv6cim1-eAdtIjJTUCVibDZPytsjcK4


RÉQUIEM POR UN NOBLE JEREZANO, O LOS MINISTRILES SE VAN DE FUNERAL.

 

En aquella mañana del 9 de julio de 1590, el sol brillaba. Las paredes del esplendido palacio, iluminadas. Sus patios, preparados para celebrar el poder familiar bajo las estrelladas noches que se avecinaban. Todo hubiera sido perfecto. Pero los ojos de la fatídica Moira se habían puesto sobre la recién remodelada casa del mayorazgo de los Núñez Dávila. La rueda de la Fortuna había girado. Las alegres chanzonetas de los ministriles se tornaron en oficios de difuntos y responsorios. El veinticuatro Bartolomé Dávila Núñez partía para su morada, la definitiva, donde no habría cabida para vanidad alguna. La fría sepultura que los Dávila poseían en el Sagrario de la Colegial de San Salvador desde el Repartimiento de Jerez por Alfonso X le daba la bienvenida.




Llegada la hora de hacer las cuentas de los gastos tocantes al entierro, se anotará que “a la música de San Salvador que acompañó el cuerpo” se le pagó cuatro ducados, esto eran 44 reales que habrían de repartirse entre sus componentes.

Era algo inevitable que la asistencia a las honras fúnebres también se contase entre los servicios musicales extraordinarios que ayudaron a los ministriles a mantener, humildemente, a sus familias, completando los cortos sueldos contratados con el ayuntamiento y el cabildo colegial y las demás parroquias.

No se puede precisar si la capilla musical de la Colegial estuviera al completo en este ceremonial; si fueron los cantores únicamente, o si les acompañaron los ministriles. Posiblemente, estuviera presente al menos el bajón, instrumento que, por su registro grave, el más semejante a la voz humana, mejor se integraba dentro de los conjuntos vocales para enriquecerlos o completarlos.

Las distintas oraciones litúrgicas que cantaron o tañeron los músicos de la Colegial acompañando el cuerpo del difunto tuvieron su contrapunto en las voces de los Niños de la Doctrina. Los huérfanos portarían un cirio o hacha encendida, entonando esa “solfa” –quizás un Kirie o un Miserere– que se negara a pagar aquel rufián del poema de Quevedo. Dávila sí la pagó, aunque, lógicamente, como el rufián, tampoco pudiera escucharla; cuatro reales costó la limosna, los mismos cuatro reales de la limosna de la misa que se dijo en la Victoria. El ataúd costó trece. El acompañamiento de los clérigos, la misa cantada de cuerpo presente y el doble de las campanas por el sacristán, 180 reales.




Para ilustrar este fúnebre paisaje sonoro de una ciudad de Jerez que ya dejaba atrás su dorado siglo XVI, proponemos la audición del Kirie de la “Missa pro defunctis” (1582) del maestro de capilla de la Catedral de Sevilla Francisco Guerrero. Maestro con quien con mucha posibilidad tuvieron contacto los músicos jerezanos:

LA MÚSICA Y LA CONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DE LA CIUDAD DE JEREZ DURANTE LA EDAD MODERNA.


La música no sólo significó para los regidores jerezanos un instrumento de autorización de la potestad municipal, sino que también funcionará como pieza para una construcción ideal de la urbe y de su gobierno. Fue una idealización de la ciudad a través de lo sonoro que llega, incluso, a modelar espacios y edificios, tanto de forma efímera como permanente.
Aunque la función de la música en el ritual o ceremonial civil permanezca invariable, la elección de un tipo u otro de instrumentista o de conjunto musical responderá, en buena medida, a los cambios mentales y culturales que tienen lugar a lo largo de ese largo periodo que va desde principios del XV a fines de XVIII, y a los que Jerez, como ciudad totalmente conectada con el resto del mundo, no permaneció ajena.
Aunque la musicología tradicional ha venido centrándose en los grandes compositores, de los que nuestro país fue fecundo, fueron los humildes instrumentistas los que realmente materializan sonoramente unas partituras en un momento en que existía una enorme libertad para la interpretación y para la improvisación.



Hemos de recordar así en esta celebración a los ministriles Sedano, Torres o a los clarineros, de curiosos y reveladores apellidos, Antonio Schubert o Juan Bautista Veneciano. Sin citar a tantos otros que acapararon, desde su empleo de músicos municipales, y durante más de dos siglos, parte del paisaje sonoro urbano jerezano, ya fuera institucional, doméstico o privado, y que enriquecieron, de la mano del ayuntamiento, el ambiente musical de nuestra ciudad.
La ilustración sonora traemos la pieza Dulce Clarín Sonoro, a 8 (Responsión General al Santísimo) de Sebastián Durón (1660-1716) que está aderezada con esos ecos militares de los clarines que acompañaban la marcha y la presencia pública de la comitiva municipal jerezana de fines del siglo XVII y principios del XVIII. 
 

Bibligrafía:
Moreno Arana, J. A.: "Escenarios sonoros del poder municipal en España durante la Edad Moderna: el caso de Jerez de la Frontera". Vínculos de Historia, 10 (2021).
Moreno Arana, J. A. Música y poder municipal en Jerez de la Frontera. Siglos XVI-XVII”, Historia, Instituciones y Documentos, 45 (2018), pp. 241-268.

EL VIA CRUCIS DE LOS MAESTROS JEREZANOS DEL SIGLO XVIII

Bajo la advocación San Casiano de Ímola se constituye la hermandad laboral de los maestros jerezanos a mediados del siglo XVIII. Esta hermandad y cofradía se creaba con unas motivaciones de índole gremial. Es decir, para arbitrar medidas de protección laboral y de socorro mutuo. Sin embargo, más allá de la defensa del oficio y del corporativismo, estas instituciones eran utilizadas como un instrumento que daba la posibilidad al colectivo de maestros de hacerse presente y de participar de forma activa de la vida social de la ciudad.

Como institución cohesionada entorno al componente religioso, la hermandad de San Casiano de Jerez encontrará en el acto piadoso del Vía Crucis uno de los cauces para exteriorizar la imagen del colectivo de cara al resto de la sociedad. Así en el capítulo sexto del Convenio de Ordenanzas de la hermandad se hace referencia a la “costumbre inmemorial” de los maestros jerezanos de salir juntos las tardes de los Viernes de la Cuaresma con sus respectivos alumnos para andar en “Público Vía Crucis”.



Como cuenta Bartolomé Gutiérrez en su “Año Xericiense” (1755), esta devoción gozaba en aquellos años de una gran popularidad entre los jerezanos, tanto cómo para que desde el arzobispado se hubiera ordenado que las mujeres lo hicieran por la mañana y los hombres por la tarde-noche, de manera que se pudiera evitar acercamientos poco decorosos entre ambos sexos.
Y, en efecto, tanto fue el arraigo de esta manifestación religiosa y tanta la importancia la que se le concedía, que las ordenanzas advertían que aquel maestro que por “legítimo impedimento” no asistiera a la convocatoria debía, al menos, cerrar su escuela durante dichas tardes, para no hacer la competencia a los demás maestros, se entiende.
Si paseáramos por la ciudad en una tarde de Viernes de Dolores como la de hoy, pero de 1751, veríamos cómo desde la Plaza de la Yerba, la calle Cotofre, la Cruz Vieja, la calle Ancha, o la plaza del Mercado salían, respectivamente, al frente de sus alumnos los maestros Antonio Iñiguez, Pedro Isidro Roldan, Juan de Salagui, Andrés de Siles y Francisco Garay. Desde sus escuelas, tomaban las empedradas calles para reunirse con los otros seis maestros de escuela legalmente establecidos en la ciudad. El punto de encuentro era frente al convento de Santo Domingo. Allí, señalizada por una cruz colocada sobre una columna, se ubicada la primera estación de la Vía Dolorosa jerezana.
Los vecinos del antiguo arrabal de Santiago se asomarían a sus puertas y ventanas para presenciar este singular y concurrido acto de meditación espiritual que se escenificaba por sus calles. Niños y maestros, arropados por una luminosa tarde de primavera, concluirian su “Camino de la Cruz” subiendo a la capilla del Calvario, en aquel entonces un deleitoso altozano a las afueras de la ciudad donde era fácil alcanzar la Gloria.
Bibliografía:
Moreno Arana, J. A.: La Educación en Jerez de la Frontera en el siglo XVIII. Madrid, 2012.

sábado, 26 de marzo de 2022

LA PLUMA, LA ESPADA Y LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.


«essotros libros que llaman de cavallerias, que no saben más de matar, y hender, hallo tiempo mal empleado el que se gasta en ellos, pues ningún provecho puede traer a quien los lee, y muchíssimo daño».

Aunque no lo parezca, estas palabras las escribía un militar perteneciente a la más acrisolada nobleza jerezana. En concreto a una familia cuajada de figuras que protagonizaron algunos episodios que bien pudieran figurar dentro de la épica caballeresca de los libros de caballerías, género literario que tanto éxito gozó entre las élites aristocráticas del Renacimiento. Este noble jerezano al que me he refiero es Juan de Baraona y Padilla (1541-1588).


En 1577, Juan de Baraona publicaba en Sevilla su traducción del tratado de Educación de Nobles escrito por Alessandro Piccolomini en 1542. En el Prólogo, Baraona declara que no su traducción no será «letra por letra, que es mal modo de traducir», sino «conforme a la materia, y a la mente de quien lo hizo». De este modo, justifica las variantes y los interesantes excursos que introduce en la obra del filósofo italiano para adaptarla a la realidad española y a las necesidades de sus nobles. Unos nobles representados en «don Luis», hijo del veinticuatro jerezano García Dávila, a quien iba dedicado el libro.
La Institución del Hombre Noble es una suerte de tratado de formación en filosofía moral y política, que toma como base a Aristóteles, si bien también hay menciones a otros filósofos como Platón o Averroes. La obra se estructura tomando como eje el recorrido de la vida del hombre y la mujer noble, aunque centrándose principalmente en el varón, desde la infancia a la madurez, aconsejando los conocimientos y comportamientos que debían ser aprendidos en cada momento vital.
En los capítulos VIII y IX del libro segundo Baraona hace gala de sus conocimientos, teorizando acerca de la literatura y la gramática castellana y de su enseñanza. Es en este apartado, donde el jerezano, al desaconsejar la lectura de los libros de caballerías, se convierte en portavoz de figuras destacadas de la teoría literaria humanista de la España del XVI, como Luis Vives o Benito Arias Montano, que consideran este género doblemente perjudicial: pervertía tanto la moralidad como el gusto literario de quienes lo leían.
La apropiación por parte de Baraona de estos preceptos literarios es asimismo una manifestación de una posición ideológica que se atisba en otros momentos de la lectura de su traducción. Esta posición intelectual no es otra sino la del neoestoicismo, corriente intelectual que triunfaba en aquellas décadas del XVI, especialmente en los ambientes humanísticos sevillanos con los que el jerezano mantuvo una fluida comunicación. Su característica es la de esgrimir una actitud crítica frente a los “vicios” de su sociedad.
A esta Sevilla, a este centro intelectual de nuestro país, llegará por aquellos mismos años el autor de esa sátira de los libros de los libros de caballerías y de otros vicios de su tiempo que es el Don Quijote. Cervantes se instalaba en esta Nueva Roma como comisario de la Gran Armada. Curiosamente, esa “alta ocasión” perdida que trajo, como inevitable Parca, otras pérdidas; en las frías aguas del canal de la Mancha se apagó el fuego vital e intelectual de nuestro Juan de Baraona, aquel noble jerezano que quiso “alumbrar” a sus lectores y amigos uniendo, desde la Razón, la pluma y la espada.

Bibliografía:

EL ESCENARIO SONORO DE UNA PROCLAMACIÓN REAL

En 21 de julio de 1454, Enrique IV es proclamado rey de Castilla. En seis de agosto, el duque de Medina Sidonia, don Juan de Guzmán, escribe al cabildo de Jerez informado de la muerte del rey don Juan y de los actos realizados en Sevilla para proclamar al nuevo monarca. En ellos, la música había tenido un remarcado papel. Jerez, en emulación con Sevilla, no podía quedarse atrás en esta escenificación de la adhesión a la Corona.




Dada su importancia, las actas capitulares describen y relacionan esta ceremonia, dando fe de su celebración. Un ritual que se mantendrá, en sus líneas generales, hasta bien entrados en siglo XIX. Así, leída públicamente la real orden de proclamación del nuevo rey, la corporación municipal, con sus mejores galas, se dirigía desde la plaza de San Dionis o de Escribanos (según la época) donde se encontraba el Cabildo hacia la iglesia Colegial, lugar que custodiaba el pendón de la ciudad. Desde allí, haciendo los actos protocolarios de rigor, que estaban arropado con el cántico del Te Deum, se dirigían al Real Alcázar para que su alcaide jurara al nuevo rey. Tras este acto de toma del recinto militar por el nuevo rey se hacia un recorrido por las calles principales o “maestras” de la Jerez del momento.
En 1454, no obstante, el pendón no estaba en manos de los canónigos de la Colegial sino que estaba custodiado por el alcaide del alcázar. El escribano de cabildo subraya que el acto de entrega del pendón y jura del alcaide se efectuó “tocando trompetas e atabales y otros sonidos de menestriles”.
En efecto, la documentación capitular afirma que el ayuntamiento contaba con efectivos musicales a su servicio desde al menos 1414. Los contratos que el ayuntamiento realiza con estos instrumentistas expresan un alto grado de profesionalización y el carácter de funcionario municipal de estos. En 1437, el portugués Alvar Gómez entra al servicio del cabildo por ser “buen trompeta”, con un salario anual de dos mil maravedíes, con la añadidura de doscientos maravedíes para “el alquiler de la casa en que more”. En 1484, se propone la contratación de un trompeta, “que es buen mucico […] y usa bien del oficio”. Con ello, el cabildo afirmaba que dispondría de “dos trompetas”, de manera que “saliese la cibdad lo más honrrada que ser pueda”. Como en otras ciudades de la Europa del Trescientos y el Cuatrocientos, se había asimilado la importancia de la construcción de un escenario sonoro o musical, ya fuera esta utilización debida por actos civiles o por los habituales rebatos militares que sufría por aquellos años una ciudad de frontera como la nuestra.
Volviendo a la proclamación de Enrique IV, hay que decir que tras el alzamiento del pendón en el alcázar, la comitiva local a caballo portando la insignia se dirige a la plaza de San Dionís para desde allí recorrer “las calles maestras desta cibdad por donde se acostumbra llevar el cuerpo del señor”, reforzando así con este ritual urbano la idea de la analogía entre el poder temporal y el poder celestial. Toda la ciudad irá jurando al nuevo rey bajo los sonidos de las “trompetas e atabales e otros ministriles”. Finalmente volverán al Alcázar para dejar alzado el pendón en la “torre blanca”.
Finalmente, la comitiva municipal partirá hacia la casa capitular para tomar la ropa de luto e iniciar las honras por el difunto rey don Juan en la iglesia mayor.

Bibliografía:

Moreno Arana, Juan Antonio: "Escenarios sonoros del poder municipal en España durante la Edad Moderna: el caso de Jerez de la Frontera".  Vinculos de Historia, 10 (2021), pp. 90-106. 



UNA EDUCACIÓN PARA UNA NUEVA ÉLITE.


A las diez y media de la mañana del domingo cinco de julio de 1795 María del Carmen Beigbeder, “mayor de doce años y residente entonces entre-puertas del Convento de religiosas de Santa María de Gracia del orden de San Agustín, hija legitima de Dn. Pedro Beigbeder de este vecindario y de Doña Josefa Ducoin su difunta mujer” presentaba un escrito en la Casa del Corregidor. Estas fueron sus palabras:
“dijo que el dicho su padre era un hombre soltero (sic) (querría decir viudo) cuyas casas para el firo de sus negocios y comercios tiene dos cajeros Ingleses y otros sirvientes hallándose sin una mujer de respeto que la pudiese acompañar y además había dispuesto reportarla al Reino de Inglaterra a instruirla en sus Colegios, y no habiendo conseguido se desistiese de su intento como le había suplicado y temiendo el castigo con que le amenazaba se había retraído en aquella hora en el mencionado convento”. Un lugar donde la joven hija del comerciante francés Pedro Beigbeder pensó que estaría a salvo de su padre mientras la justicia dictaba el auto que evitase, en sus propias palabras, “la extracción que mi padre quiere hacer de mi persona al reino de Inglaterra”.
La documentación termina aquí. No hay resolución de la petición. Si fue o no María del Carmen Beigbeder a estudiar a Inglaterra se nos escapa. Pero ella no podrá escapar a su destino: casará años después Juan David Gordon Boyd, miembro de otros de los clanes comerciales extranjeros más importantes establecidos en Jerez desde fines del siglo XVIII. Un clan que, como los Beigbeder, también remitirá a sus féminas a Inglaterra para su formación; Rosa y Cristina, hijas de Jacobo Gordon se encontraban en 1809 estudiando en la ciudad inglesa de York.


Aunque los citados ejemplos la hacen suponer una práctica ceñida únicamente a la burguesía comercial, algunas familias de la vieja nobleza local también adoptarán este concepto “burgués” de educación femenina. Sería el caso de Margarita López de Morla y Virués. Hija de los afrancesados marqueses de los Álamos del Guadalete, esta jerezana “de singular entendimiento e instrucción vasta, educada en Inglaterra, aficionada a estudios serios” -como anotaba Alcalá-Galiano en sus “Memorias” - mantuvo en el Cádiz sitiado por las tropas napoleónicas, una tertulia que reunió a lo más granado del liberalismo de las Corte.
Los que no podían permitirse esta elitista enseñanza en el extranjero habrían de conformarse con los maestros o maestras particulares o con acudir a alguna “Academia para niñas” como las que se localizaban en la collación de San Marcos, asentamiento de las familias la alta burguesía del momento, donde se enseñaba “a escribir, hablar español y francés, bordar, cantar, coser, dibujo y otras cosas de su sexo”.
El resto de la población habría que conformase con la educación rudimental y de corte sexista de las numerosas escuelas de amigas repartidas por toda la población, o con la Amiga General del Hospicio de Huérfanas.
Pero, pese a ejemplos como el de Margarita López de Morla, es difícil precisar el alcance de estas exclusivas enseñanzas y los resultados que pudieron obtener entre las jóvenes de la alta sociedad jerezana. Se podría invocar, en este sentido, las palabras que Alcalá-Galiano escribió al respecto de las academias gaditanas: “no salían las discípulas muy aventajadas, porque o la genial pereza era impedimento al estudio, o las costumbres de la juventud, nada favorables a él, borraban en breve de la cabeza, como cosa no de uso, el corto y superficial saber adquirido de no muy buena gana”.

Bibliografía_

Moreno Arana, Juan Antonio: La Educación en Jerez en el siglo XVIII, Madrid, 2012.

https://www.academia.edu/12366550/La_Educaci%C3%B3n_en_Jerez_de_la_Frontera_en_el_siglo_XVIII_Madrid_Bubok_Publishing_S_L_ISBN_978_84_686_0936_2

DE TROMPETAS A MINISTRILES.


La contratación, en torno a 1576, de la copia o compañía de ministriles dirigida por Juan de Saravia significó un colofón a un proceso con respecto a los músicos municipales que se inicia hacia los años 30 del siglo XVI. A partir de ese momento y hasta fines del siglo XVII el cabildo de Jerez va a tener en “nómina” y de manera continua a un conjunto de instrumentistas con un nivel de calidad interpretativa que hasta entonces, salvando un momento muy puntual, habían carecido.


Durante aquellos años, el ayuntamiento pasará a contar con un único trompeta a su servicio, tal y como había tenido desde principios del siglo XV, a pagar a entre tres y cuatro en los años centrales del Quinientos. Así, el 29 de mayo de 1548 se contrata a Juan de Madrid y a Juan Sánchez, los dos trompetas que faltaban “para sumar quatro trompetas”. Creo que no hay mejor explicación para este aumento de músicos municipales que la que ofrece el veinticuatro Nuño de Villavicencio en 1550. Villavicencio defendía ante sus compañeros regidores la necesidad de que el ayuntamiento contase con un número de cuatro de estos instrumentistas. Sus palabras hablan por sí solas: “no hay más que dos trompetas y que dos trompetas no hacen músyca, que la ciudad vea que se busque trompetas”. El argumento del regidor explicita, sin ambages, el creciente papel que la música polifónica estaba adquiriendo dentro del fasto o ceremonial público. Un fenómeno que el cabildo jerezano ejemplifica a la perfección.

Pero esta evolución no sólo se limitó al número de estos músicos, sino que también se materializa en el aspecto cualitativo, y más concretamente en relación al aspecto instrumental. En 1541, los regidores insisten en que los trompeteros municipales utilicen la trompeta bastarda. También denominada como española, esta era un tipo de trompeta de varas que se puede considerar antecedente del sacabuche, aunque todavía existen discusiones al respecto. Lo que sí se puede decir es que la trompeta bastarda poseía mayores posibilidades para interpretar piezas polifónicas. Por el contrario, los instrumentos que hasta entonces habían tañido los músicos municipales en la construcción del simbolismo sonoro de la oligarquía jerezana, las trompetas naturales o italianas, estaban más cerca del ámbito militar y de la representación heráldica que de la música ceremonial. Este cambio de instrumentos coge de improviso a los trompetas. Pero no había excusas para no dejar sus antiguas trompetas; el regidor Jerónimo Dávila anunciaba a sus compañeros de escaño “que por servir a la ciudad dará una trompeta que tiene bastarda para en que los trompetas se abezen a tañer”. En 1549, el ayuntamiento mandó comprar cuatro trompetas bastardas que costaron cada una cinco ducados.

El ofrecimiento de Dávila es asimismo interesante porque habla de la presencia de la música dentro de las casas de la nobleza local, una nobleza local que, como ya apunté en una entrada anterior, intenta imitar lo que se estaba poniendo en escena en las grandes casas nobiliarias de la España del momento. No parece casual, así, que el trompeta Juan Rodríguez sea testigo, en primero de julio de 1540, junto a otras grandes personalidades del momento, como el comendador Pedro Benavente Cabeza de Vaca, de la escritura de arras y dote de la hija del comendador Hernando de Padilla, María, la que sería madre del militar e intelectual Juan de Barahona y Padilla. ¿Sería llamado Rodríguez junto a sus compañeros a tañer sus trompetas en el convite de la boda? Es muy posible. Quizá, la pavana “O, voy” de Juan Román sonara en el patio de las casas principales de los Padilla frente a la iglesia de San Lucas.


Bibliografía 

Moreno Arana, Juan Antonio: "Música y poder municipal en Jerez de la Frontera. Siglos XVI-XVII",  Historia, Instituciones y Documentos, 46 (2018),  pp. 241-268. 

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