domingo, 22 de junio de 2025

LA BIBLIOTECA DEL MARQUÉS DE VILLAPANÉS: ORIGEN, FORMACIÓN Y DESAPARICIÓN.




En 17 de abril de 1780, Miguel María Francisco Panés González de Quijano y Vizarrón, IV marqués de Villapanés, compraba la biblioteca que había pertenecido al marqués de la Cañada, noble erudito de la cercana ciudad de El Puerto de Santa María. Al igual que los Panés, los Tirry había forjado su mayorazgo gracias al comercio.

A la muerte de Guillermo Tirry, su viuda acometió la tarea de saldar las distintas deudas contraídas por su esposo. Con este objetivo de sanear la hacienda del mayorazgo, María Francisca de Lacy Alverville emprenderá la “venta de los bienes que nada fructifican”. Así, explicaba la marquesa: “hize visible que la librería y colección de estampas quedadas por el fallecimiento de mi marido nada producían por sí, y se hallaban expuestas a un incendio y corrupción mientras menos se usaban”. Con el jerezano marqués de Villapanés, a cuenta de varios censos, la deuda sumaba los 110.400 reales.

Enterado de la intención de la marquesa de liberarse de este “caudal muerto” Villapanés acordó con la viuda saldar las citadas deudas recibiendo la biblioteca como pago. Como ésta fue valorada en 136.185 reales, Panés “sólo” tuvo que pagar 21.626 reales y 6 maravedíes por esta colección bibliográfica llena de libros “raros y estimables”, como la describiera Ponz tras haberla visitado años atrás. Aunque Ponz habla de 7.000 volúmenes, lo cierto es que el testamento de la marquesa indica que a la muerte del Guillermo Tirry la colección de libros y estampas estaba compuesta por 4.516 volúmenes. La compra se efectuó en tres pagas, una por año, de 7.208 reales cada una.

Además de la compra de la biblioteca del marqués de la Cañada, Miguel María Panés se hará con otras bibliotecas, como fue la de presbítero y erudito local Antonio Dávila. Los manejos de Panés dentro del cabildo municipal para hacerse con la biblioteca de Dávila frustró la compra que la institución municipal pretendía hacer de la interesante colección de impresos y manuscritos de temática jerezana y que Dávila había heredado de su familiar Mateo Dávila Sigüenza. Se debe afirmar, por tanto, que la configuración de la biblioteca de Villapanés, que llegó a contar con 12.000 volúmenes, estuvo en gran parte determinada por otros lectores, bibliófilos o bibliómanos, quedando la propia sed de conocimientos del marqués desdibujada dentro de ella.

Pero para finalizar, es ineludible referir el supuesto naufragio de la biblioteca a la muerte de Villapanés. El librero e historiador Joaquín Portillo difundirá la especie de que la biblioteca se había perdido en las aguas del Mediterráneo tras sufrir naufragio el barco que la llevaba a Génova en 1828. Según Portillo, este curioso traslado había sido decisión del marqués, que así lo había mandado en su testamento. Sin embargo, el hallazgo del testamento de Panés, realizado en Madrid en 1825, contradice la versión de Portillo. Esto y la existencia de algunos manuscritos contenidos en la biblioteca de Dávila nos hace poner en cuestión la romántica y quizás interesada versión de Portillo.

Sobre las bibliotecas jerezanas del XVIII y la historia de la biblioteca de Villapanés:

https://www.academia.edu/99123281/OLIGARQU%C3%8DA_Y_LECTURA_EN_EL_SIGLO_XVIII_La_biblioteca_de_Manuel_del_Calvario_Ponce_de_Le%C3%B3n_y_Zurita_regidor_de_Jerez_de_la_Frontera_1794_

https://www.academia.edu/126777457/Historias_enmara%C3%B1adas_Gonzalo_de_Padilla_Pedro_Estupi%C3%B1%C3%A1n_Cabeza_de_Vaca_y_la_cultura_jerezana_de_su_tiempo

viernes, 28 de febrero de 2025

El VERDADERO NOMBRE DE LA CALLE “POR-VERA”.


artículo publicado en Diario de Jerez (18 de febrero de 2025)

Plano de Jerez de la Frontera (c. 1820)


La Historia está sujeta a una continua revisión. Esto es así porque en no pocos casos la explicación del hecho histórico únicamente puede ser construida mediante hipótesis. Hipótesis, más o menos acertadas, que forzosamente están determinadas por los materiales y las fuentes disponibles. Con todo, la paciente investigación da su fruto, confirmando conjeturas, desechando otras y ofreciendo un conocimiento fiable sobre determinados puntos de nuestro patrimonio cultural. Como disciplina científica cuyo fin es explicar el presente a través del estudio del pasado, sus resultados sólo adquieren su sentido cuando llegan a la sociedad en su conjunto. Jerez, por fortuna, cuenta con varias instituciones culturales privadas y con el propio Ayuntamiento que promueven la difusión de los avances en la investigación histórica. Pero también, es justo recordarlo y valorarlo, dispone de la decidida apuesta por la difusión cultural de medios de comunicación locales como el presente. Aunque siendo realistas, también hay que decirlo, la difusión no siempre alcanza sus objetivos. Dejando para otros foros los éxitos o los fracasos de la difusión histórica, la mayor frustración de los investigadores es comprobar que lo que se divulga, lo que se socializa en definitiva, son errores o imprecisiones ya superadas.

El 27 de febrero del 2013 publicamos en estas mismas páginas un artículo acerca del origen del nombre de la calle “Por-vera” (véase la entrada de nuestro blog “Xerez Educativo” https://xerezeducativo.blogspot.com/2016/02/calle-de-la-polvera-vs-calle-por-vera.html o el archivo digital de Diario de Jerez https://www.diariodejerez.es/opinion/articulos/fantasia-impugnada-documentos_0_674632677.html). Allí demostramos que durante toda la Edad Moderna esta se había conocido como “calle de la Polvera”. También, que dicha denominación la mantuvo hasta que a mediados del siglo XIX alguien dentro de instancias gubernativas públicas pensó que esta y otras nomenclaturas callejeras no eran más que transcripciones de una pronunciación imperfecta de su verdadero nombre; se consideró que el rótulo correcto y decoroso de tan principal y señorial vía tenía que ser “Por-vera”, justificándose en el hecho de trascurrir “por la vera” de la muralla. De este modo, los documentos oficiales comenzaron a usar esta nueva rotulación. Tal nomenclatura tomará carta de naturaleza décadas más tarde en el libro sobre las calles de Jerez del archivero Muñoz y Gómez. Pero nada más lejos de la realidad histórica. Como demostramos, ese nombre de “calle de la Polvera” que invariablemente aparece en la documentación y en los distintos planos de la ciudad hasta aquellos años centrales del Diecinueve tenía su nacimiento en haberse situado en ella, desde mediados del siglo XVI, una “polvera” o “polvero”. Es decir, una calería o establecimiento para la producción y venta de cal. 

Que aún se siga difundiendo la inventada historia de esta emblemática calle nos obliga a volver a insistir en este asunto. Y lo vamos a hacer presentando algunas noticias documentales de las muchas que se podrían traer, pero que por falta de espacio dejaremos para otra ocasión, que prueban elocuentemente su verdadera identidad. 

En el día 9 de abril de 1593, el ayuntamiento tuvo que resolver el asunto de que en la calle Corredera se había “hecho sierta polvera de cal”, la cual ocasionaba un “notable daño” a sus numerosos transeúntes. Los capitulares mandaron clausurar esta polvera ilegal indicando que la ciudad disponía de “polvera señalada” donde todas las personas que quisieran fabricar y vender su cal podían hacerlo de manera controlada y sin perjuicio para el resto de los ciudadanos (Archivo Histórico Municipal de Jerez, Actas Capitulares, tomo 34, años 1593-1594, ff. 105-105v.). Un emplazamiento para los hornos de cal que, como ya documentamos, se había ordenado en 1543 que se situara en el entorno de la Puerta Nueva, justo al lado del convento de la Victoria. De este modo, a raíz de este acuerdo municipal, se consolidará una zona de esta calle como lugar destinado a la producción y venta de cal y donde se asentarán muchos profesionales de esta industria, acabando, así, por darle su denominación como “calle de la Polvera”. Esto se puede comprobar en el otro documento que presentamos. 

En 1609, los “caleros” Martín López del Clavo y Juan Muñoz se concertarán con don Francisco de Gallegos para venderle “treinta cahizes de cal de piedra seca”. Se indica que ambos caleros eran vecinos “de la collación de Santiago”. Y, en concreto, que Martín López lo era de “la calle de la victoria junto a la polvera” (Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Protocolos y padrones, caja 85-1, Escrituras otorgadas en 1609 ante Diego López de Arellano, escribano de Jerez de la Frontera, 22 de febrero, ff. 72-73). 

 

 

" calle de la Victoria junto a la polvera" Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Protocolos y padrones, caja 85-1, Escrituras otorgadas en 1609 ante Diego López de Arellano, escribano de Jerez de la Frontera, 22 de febrero, ff. 72-73