Mis queridos lectores no me reprocharán la poca actividad de este blog. A buen seguro están alertados de la conocida la indolencia de su autor en publicitar sus obras historiográficas. Una indolencia o, mejor, desapego que ni siquiera le ha llevado a dar cabida en este feudo virtual una mísera línea sobre la presentación en sociedad de ese libro sobre la Educación en el siglo XVIII en Jerez que culminaba y reunía las avanzadillas que hemos ido presentando en este blog. Ni un anuncio del ameno Tour, que complementó dicha conferencia-presentación literaria, y que comandó por los lugares del callejero jerezano donde se establecieron los centros docentes más relevantes de ese Jerez de la Edad Moderna, sobre los que sigue reuniendo datos que esperan que de una vez se les de forma de publicación. Ambos acontecimientos tuvieron lugar, respectivamente, en mayo y junio de este año. Y no crean que no los publicitó aquí por ningún extraño motivo. Ni por que tenga a los blogs aborrecidos, ejem, ejem... Sólo, como digo, por simple dejadez.
Bueno, despues de esta parrafada (o soliloquio), a lo que íbamos. Aquí os dejo un artículo publicado en el Diario de Jerez el 17/III/2015 sobre el historiador del siglo XVII Gonzalo de Padilla en el que perfilo su vida intelectual y su obra al frente de la iglesia parroquial de San Lucas. He de decir, para descargo de mi conciencia -y por si hay algún suspicaz por ahí- que la redacción del Diario recortó el texto del artículo sin mi conocimiento. Esa es la razón por la no aparezcen las fuentes documentales que acompañaban al texto original y que autorizan todo cuanto en él se dice. Como próximamente aparecerá un estudio de mayor enjundia en el que profundizo aun más en la figura de este enmarañado cronista local, a él remito al interesado o interesada. Bueno, pues nada más, hasta otra.
EL HISTORIADOR GONZALO DE PADILLA, ENTRE LIBROS Y DEVOCIONES.
Aseguraba
Hipólito Sancho en su Xerez, Sinopsis
Histórica (1961) que en el siglo XVIII
“tuvieron las ciencias históricas
en Jerez un grupo tan numeroso como nutrido de cultivadores”. Y estamos de
acuerdo. Aunque no es menos cierto que los cimientos y el cuerpo de esa
historiografía estaban asentados desde el siglo anterior.
Fenómeno
característico de la España del Seiscientos fue el de los historiadores
locales. Escritores que cortaban sus plumas a la medida de las presunciones
patrias, creando unos textos al servicio del prestigio de sus ciudades y de la
exaltación de sus linajes oligárquicos. Uno de ellos fue Gonzalo de Padilla
(1577 – c.1657).
No
es esta la primera vez que me ocupo de la desdibujada figura de este presbítero
y de su, no menos enmarañada, obra historiográfica. Han sido trabajos que
demostraron el error de identificarlo como autor de la Historia de Jerez que
por tradición se le ha venido atribuyendo. Una maraña de autorías fruto de la
compilación y adición de textos que, sin alcanzar el premio de la imprenta,
habían pasado como materiales de trabajo de unas manos eruditas a otras. La
imprenta llegó al final, pero para celebrar el error.
Continuando
con el perfil biográfico del doctor Gonzalo de Padilla, centramos la atención,
en esta ocasión, en la jugosa información que aportan sus últimos testamentos.
Nunca
sabremos si fue una burla del Destino o si, en cambio, fue un intento de
reconciliación de alguien que defendió a ultranza la primacía de los Santos de
Hasta como patrones principales de Jerez; el caso es que el 9 de octubre de
1657, día de san Dionisio, en su morada de la calle Bizcocheros, Gonzalo de
Padilla, “enfermo de cuerpo y sano de la
voluntad”, en su “juicio y
entendimiento” y rondándole la calamidad postrera, tomaba la pluma, quizás
por última vez, para firmar su codicilo. Este documento notarial venía a
acrecentar y enmendar el testamento que había otorgado meses antes. Por él
conocemos que inició su carrera eclesiástica con apenas catorce años, edad con
la que obtuvo su primera capellanía. Después vendrán tres más, fundadas por
familiares. Las capellanías le ingresaban unos 140 ducados al año, a los que se
sumaban sus retribuciones como cura beneficiado de la parroquia de San Lucas,
beneficio que obtendría en torno a 1620. Entre sus bienes también contó con las
rentas de una casa-tienda en la calle de Francos, también de herencia familiar.
Es
evidente que el doctor Padilla gozó de una clara holgura económica. Si no
hubiese sido así, raramente hubiera podido renovar a sus expensas la sacristía de
la iglesia de san Lucas con ropas y vestuario, gastando en ello “muchos dineros”, pues al entrar al servicio de ella la halló “tan pobre” que ni de eso tenía. Y seguía relatando: “y a la santísima virgen de guadalupe le e
vuscado entre sus debotos munchos vestidos ricos. En que dejo de rropas y plata
a la dicha yglesia munchos ducados”.
Fue
fray Esteban Rallón quien informó en su Historia de Jerez, escrita hacia 1660,
al hablar de la parroquia de San Lucas que su docto cura renovó el culto a la
citada imagen mariana. Y, en efecto, así lo constataba Padilla en su codicilo:
“en la dicha yglesia del señor sant Lucas
yo entroduxe la ssanta devossion de nuestra señora de guadalupe que a más de treinta
y tres años y en todas sus festibidades del año a ora de prima se diese primero
muy solene (ilegible) ocho belas
blancas”. Por tanto, pudo ser hacia 1624 cuando, según declaraba: “yo fundé una cofradía de la birtud (sic)
de la ssantissima birjen de guadalupe en
la dicha iglesia del señor san lucas donde están asentados por esclabos de la
santísima birjen muchas personas debotas”. Y, reiterando la manda anterior, concluía: “mando y es mi voluntad que al benefisiado que susediere […] se le entregue el libro de los esclabos y
que continúe esta santa debosión”. Más allá de los testimonios que narran
sus experiencias sobrenaturales con esta imagen -que la tradición cuenta que
fue donada por el rey Alfonso XI-, quizás detrás del hecho de alentar su culto subyaciera
el intento de conseguir un elemento en torno al cual reunir los apoyos
económicos de que tanto carecía, al parecer, el viejo templo alfonsí. Lo cierto
es que la cofradía será capital para su mantenimiento. Así, pues, Padilla obró
el milagro.
Virgen de Guadalupe. Iglesia de San Lucas, Jerez. |
Al
margen de sus labores al servicio del templo donde pidió ser enterrado, las
últimas voluntades del Dr. Padilla reflejan también esa elevada formación intelectual
que le permitió acceder a un beneficio que, como el de San Lucas, se obtenía
por oposición. Hablamos de su biblioteca. Después de una vida de estudio y
solaz, sus libros venían a ser, ahora, una propiedad más a poner en venta con
la que hallar la liquidez necesaria para cumplir las distintas mandas del
testamento. Algo muy común en la época. Gracias a ello, sabemos que Padilla poseyó
unos cuatrocientos tomos de libros que abarcaban materias como la Escritura
Sagrada, la Teología escolástica y las Humanidades. A ellos se unía una cantidad
indeterminada de libros sobre historias de órdenes religiosas y otros de materias
no especificadas. Sólo esos cuatrocientos volúmenes ya representaban una notable
biblioteca “profesional”. Una biblioteca que albergaría manuscritos y otros
documentos relacionados con esa Historia de Jerez que comenzó a escribir hacia
1630 a instancia del cabildo municipal. Entre esos “papeles” pudieron estar aquellos “que estando en la ciudad de Sevilla en cierto negocio una persona me
dio […] los cuales los he tenido
guardados con mucha fidelidad y son de esta nobilísima ciudad” y que al
punto mandaba que fueran devueltos a la Ciudad. ¿Quién sabe si hoy,
sobreviviendo al Tiempo y a las desamortizaciones, algunos de los libros del
doctor Padilla que fueron a parar al convento de Santo Domingo o aquellos que
fueron al de San Agustín y al Colegio de la Compañía de Jesús aún acumulan
polvo en algún arrinconado estante? ¿Quién sabe?
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