sábado, 26 de marzo de 2022

LA PLUMA, LA ESPADA Y LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.


«essotros libros que llaman de cavallerias, que no saben más de matar, y hender, hallo tiempo mal empleado el que se gasta en ellos, pues ningún provecho puede traer a quien los lee, y muchíssimo daño».

Aunque no lo parezca, estas palabras las escribía un militar perteneciente a la más acrisolada nobleza jerezana. En concreto a una familia cuajada de figuras que protagonizaron algunos episodios que bien pudieran figurar dentro de la épica caballeresca de los libros de caballerías, género literario que tanto éxito gozó entre las élites aristocráticas del Renacimiento. Este noble jerezano al que me he refiero es Juan de Baraona y Padilla (1541-1588).


En 1577, Juan de Baraona publicaba en Sevilla su traducción del tratado de Educación de Nobles escrito por Alessandro Piccolomini en 1542. En el Prólogo, Baraona declara que no su traducción no será «letra por letra, que es mal modo de traducir», sino «conforme a la materia, y a la mente de quien lo hizo». De este modo, justifica las variantes y los interesantes excursos que introduce en la obra del filósofo italiano para adaptarla a la realidad española y a las necesidades de sus nobles. Unos nobles representados en «don Luis», hijo del veinticuatro jerezano García Dávila, a quien iba dedicado el libro.
La Institución del Hombre Noble es una suerte de tratado de formación en filosofía moral y política, que toma como base a Aristóteles, si bien también hay menciones a otros filósofos como Platón o Averroes. La obra se estructura tomando como eje el recorrido de la vida del hombre y la mujer noble, aunque centrándose principalmente en el varón, desde la infancia a la madurez, aconsejando los conocimientos y comportamientos que debían ser aprendidos en cada momento vital.
En los capítulos VIII y IX del libro segundo Baraona hace gala de sus conocimientos, teorizando acerca de la literatura y la gramática castellana y de su enseñanza. Es en este apartado, donde el jerezano, al desaconsejar la lectura de los libros de caballerías, se convierte en portavoz de figuras destacadas de la teoría literaria humanista de la España del XVI, como Luis Vives o Benito Arias Montano, que consideran este género doblemente perjudicial: pervertía tanto la moralidad como el gusto literario de quienes lo leían.
La apropiación por parte de Baraona de estos preceptos literarios es asimismo una manifestación de una posición ideológica que se atisba en otros momentos de la lectura de su traducción. Esta posición intelectual no es otra sino la del neoestoicismo, corriente intelectual que triunfaba en aquellas décadas del XVI, especialmente en los ambientes humanísticos sevillanos con los que el jerezano mantuvo una fluida comunicación. Su característica es la de esgrimir una actitud crítica frente a los “vicios” de su sociedad.
A esta Sevilla, a este centro intelectual de nuestro país, llegará por aquellos mismos años el autor de esa sátira de los libros de los libros de caballerías y de otros vicios de su tiempo que es el Don Quijote. Cervantes se instalaba en esta Nueva Roma como comisario de la Gran Armada. Curiosamente, esa “alta ocasión” perdida que trajo, como inevitable Parca, otras pérdidas; en las frías aguas del canal de la Mancha se apagó el fuego vital e intelectual de nuestro Juan de Baraona, aquel noble jerezano que quiso “alumbrar” a sus lectores y amigos uniendo, desde la Razón, la pluma y la espada.

Bibliografía:

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